“QUE YO NO ME QUITE LO BAILADO”

Sobre: “CARGUYOQ 

Escribir sobre escribir. Una doble conciencia del proceso creativo donde las preguntas se configuran como nuestros personajes principales, caminan por el espacio y nos confrontan cara a cara la elección de nuestras palabras. Escribir, en este sentido, es crear un mundo paralelo a la historia que se quiere contar, el mundo de las intenciones, miedos y dudas que, por lo general, nunca son revelados.
"Carguyoq" vuelve a escena gracias al
Festival de Artes Escénicas (FAE) 2020
Una obra de teatro es también la propia historia de cómo se montó dicha obra, pero hoy en día parece que este componente inmanente está más expuesto y en muchos casos, si se utiliza de manera sobria sin caer en una verborrea del yo, puede potenciar los sentidos del espectáculo.
Carguyoq”, la puesta en escena de Lucero Medina Hú y de sus compañeros de creación –tal vez el término “actores” sea inapropiado e injusto– Melvin Quijada y Yolanda Rojas, parte de la intención de representar los desplazamientos durante el conflicto armado interno peruano y los retornos posteriores al fin de este proceso histórico reciente. El argumento gira en torno a Alba, hija de Fidel Cani, quien asume el deber que su padre no pudo cumplir tras su muerte: volver a su tierra de origen y pasar el “cargo” al nuevo mayordomo de una fiesta religiosa andina.
Durante su estadía, ella se da cuenta que su presencia en el pueblo no es de lo más bienvenida, además, que la comunidad es indiferente a su petición de dejar las cenizas de su padre. Entonces empieza a buscar información sobre quién fue y qué hizo Fidel para que su memoria sea borrada y termina involucrando en estas preguntas a Venancio Coras, el nuevo “carguyoq” de la fiesta. Pero el montaje se desdobla y los actores que interpretan a los personajes de este argumento comienzan a dialogar con la dramaturga creando otra historia sobre el proceso de escritura e interpretación de los personajes. El argumento avanza a contrapunto tejiendo un mapa que puede tomar muchos caminos en su realización desdibujando las líneas divisorias entre la ficción y la realidad.
Este tipo de dispositivo escénico hace pensar en la destacada obra del uruguayo Sergio Blanco, “Tebas Land”, que, además, se montó hace poco tiempo en el mismo teatro de la Universidad del Pacifico bajo la dirección de Gisela Cárdenas y es uno de los referentes del llamado teatro de “auto-ficción”. En esta obra que aborda el tema del parricidio, Blanco desdobla su proceso de investigación y escritura (Blanco se denomina así mismo como “S”) que dialoga con el actor (Federico) y el posible ejemplo para el personaje de su historia, un joven que fue a prisión por asesinar a su padre (Martín). 
Melvin Quijada, Yolanda Rojas y
Lucero Medina Hú.
Además de esto, la obra de Blanco nos ubica frente a las tendencias contemporáneas del teatro post-dramático que ha disuelto y confundido los roles, ha fragmentado la historia, ha incorporado nuevas tecnologías digitales y multimedia para la escena y ha puesto al público como parte fundamental del proceso que completa la dramaturgia, sacándolo de su zona de confort y su pasividad frente al espectáculo.
Estos elementos también están presentes en “Carguyoq”, donde el status del dramaturgo (asociado también a la del director) es cuestionado y ubicado en el mismo nivel de creación con los actores. Hoy en día ya no podemos ver a un Tadeusz Kantor sentado en su silla sobre el proscenio dirigiendo la puesta en escena como una orquesta musical. Yolanda y Melvin plantean frustraciones para la dramaturga y directora que la llevan a reelaborar sus documentos. Por otro lado, el montaje incorpora elementos tecnológicos como el Circuito Cerrado de Televisión (CCTV) para mostrar, a través de proyectores, escenas que se muestran al mismo tiempo que suceden.
Aunque, por momentos, es funcional para que el público alrededor del escenario pueda acceder a los detalles en miniatura de la reproducción del pueblo o, inteligente, como parte de la escena donde los mayordomos posan frente a las cámaras; por otros se torna innecesario y sobrante porque compite con la acción que sucede.
La acción pierde confianza además que divide al espectador entre la pantalla y el hecho mismo sin sumar componentes adicionales de sentido. Por último, hay que destacar que el espectador también está involucrado, se vuelve cómplice del proceso y espera, al igual que los creadores, conocer cómo se resolverán las tramas del montaje.
La obra de Medina Hú tiene la virtud de no abandonar al público a las preguntas internas propia de una dramaturgia autorreferencial, sino que nos sentimos acompañados de la historia ficcional que acontece en simultáneo y nos mantiene a la expectativa.
Las palabras cambian de tono constantemente por el continuo juego de roles. El texto muta entre el testimonio, la información, los diálogos y la poesía siempre apoyados de imágenes, fotografías, mapas, trazos, performance y sonido. No existen rastros de una severa solemnidad, común cuando se abordan temas sagrados como la memoria o la violencia.
Yolanda Rojas y Lucero Medina Hú
Hay momentos muy bien logrados por la sobriedad de elementos, como la representación de la fiesta, donde la fresca interpretación de Melvin, añade un plus de familiaridad y cercanía. En suma, es un texto muy bien logrado y realizado en escena y personalmente me alegra notarlo.
Tuve la oportunidad de participar en el curso de especialización de Teatro y Memoria organizado por el Goethe-Institut y La Universidad del Pacífico, donde alrededor de 20 artistas escénicos trajimos entre manos proyectos embrionarios de dramaturgia: la mayoría de temas relacionados a nuestras memorias familiares e íntimas sobre el conflicto armado interno. De este curso han nacido diversas obras, algunas ya montadas como “Carnaval” de Miguel Ángel Vallejo, “Ñaña” de Claudia Tangoa, “La Terapeuta” de Gaby Yepes y ahora “Carguyoq”. Siempre pensé que este espacio de intercambio, pero más de compañía, no solo significaba un simulacro de lo que podría suceder con el teatro de memoria en un futuro cercano sino también como simulacro de convivencia de nuestras diversas voces, identidades y discursos, un ensayo general de una posible “reconciliación” imaginada e interpretada por los hijos, por una generación pos conflicto, desde nuestro espacio y tiempo teatral. Al final Alba sobrevive al viaje de regreso que le correspondía a su padre.
No hay acontecimiento desafortunado. Ella baila al final con la comunidad, sus movimientos son fuertes y violentos, como sacudiéndose de los malos recuerdos, de los rencores y del silencio. Libera la palabra, que fluye sin pausas como un río que al fin encuentra su cauce, pero no necesariamente su destino. Se abre nuevamente la posibilidad del continuo movimiento, quién sabe a dónde, quién sabe cómo. Es el tiempo final del duelo, quién sabe hasta cuándo. La última imagen es el paisaje de andino a través de la ventana de un bus que no termina de llegar nunca a un destino. Pero creo que no se trata de una espera sin esperanza y viene a mi mente también un poema de Carlos Iván Degregori (sí, también escribió poemas) que leí en uno de estos días:

Cuando rompa estos lazos;
Cuando acaben esta duda,
este miedo,
en fin, la incertidumbre;
Cuando mi corazón
se abra                    
Entonces,
la palabra manará
como un río                             
y llegaré al mar
y
veré la luz
(1964) 

FICHA DE LA OBRA
Carguyoq” de Lucero Medina Hú
Elenco: Lucero Medina Hú, Melvin Quijada Safora y Yolanda Rojas
Temporada: Del 10 de noviembre al 02 de diciembre de 2018
Lugar: Teatro de la Universidad del Pacífico (Jr. Sánchez Cerro 2121, Jesús María)
Produce: La terminal, Colectiva escénico 

KEVIN RODRÍGUEZ SÁNCHEZ
Crítica Teatral Sanmarquina

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