El amor es joven: cuerpo, futuro y espíritu
Por: Giuliano Milla Segovia
La entrega del prolífico Eduardo Adrianzén, dirigida
por Renato Piaggio, con Sara Silva y Gianpiero Arnaiz encarnando a Lucha y Lalo,
es una dramedy express sobre una pareja de septuagenarios que nos invita a mirar
la realidad de nuestros cuerpos, el tiempo, la sexualidad humana y la cultura
contemporánea.
Lalo sufre un cambio mágico tras sumergirse en el pozo de una
playa en la que se encuentra vacacionando con su compañera de toda la vida. Este
efecto fantástico le ha producido un rejuvenecimiento inesperado. Inmediatamente
Lalo experimenta los estados fisiológicos de su reestreno corporal. De pronto,
su juventud en éxtasis lo lleva a un estado mental expansivo en el que
aparentemente ya no hay lugar para su esposa.
Lalo explora la fisicalidad de su
cuerpo joven a través del movimiento y la tonicidad sólida que encuentra en la
consciencia de la levedad. Esta ligereza lo hace ligero de palabra, emerge con
ideas exaltadas que reflejan el desbordamiento de su juventud reescrita. Habla
de rehacer su vida, de cumplir deseos, caprichos, de la ligereza de andar sin
responsabilidades, sin hijos a los que asistir. Lucha, en medio de estas
fabulaciones y horrorizada por el cambio de Lalo, cuestiona todos los disparates
que salen de la boca de su esposo, y este reacciona animándola a que también
entre al pozo para favorecerse de los mismos efectos que él. Lucha duda, teme,
se aferra a su vejez, retrocede a la incertidumbre. No obstante, por insistencia
entra, pero ya es tarde para ella.
La tensión dramática resulta de las
consecuencias de este contraste etario, un amor diacrónico que surge de un
accidente de la naturaleza. ¿Es un milagro o un hechizo lo que ha sufrido Lalo?
¿Una bendición o una maldición? Los gags y las risas vienen de las
particularidades y los defectos propios de cada generación, la pareja se hace
dispareja, la diferencia de edad se hace una parodia. Entonces, ¿cuál es la
sustancia de la parodia etaria? ¿Los cuerpos?
Aparece la idea del cuerpo como el
argumento de los deseos, el hedonismo, el consumo y la sensorialidad, incluso
cuando Lalo dice “mi mente está llena de futuro”, este es un futuro que deviene
en un hedonismo enaltecido, propio de una cultura de la sensorialidad y el
disfrute, donde hay poco lugar o ninguno para el espíritu. Toda sociedad de
consumo, es una sociedad del gusto, del tacto, de la vista. Atrapada en la
inmediatez de la sensibilidad que no se eleva al pensamiento ni mucho menos a la
razón, en sentido estrictamente kantiano. El futuro de Lalo es un futuro
corporeizado y, por lo tanto, cronofóbico. Niega sus recuerdos, Lucha interpela
el pasado, pero él no tiene tiempo para el pasado. Es un amante de su futuro.
Vive la pasión del futuro, no hay proyecto, sino impulsos momentáneos, aditivos,
antojos que vienen uno tras otro. De ahí que, impulso refiera también a pulsión,
que tiene lugar en la dimensión biológico-instintiva del ser humano. Lalo está
atrapado en la inmanencia impotente de su propia trascendencia de lo animal.
En el Puesto del hombre en el cosmos, Max Scheler define al espíritu como
aquello que le dice no a lo meramente biológico-instintivo, esto constituye no
un no-represivo en sentido freudiano, sino más bien una disposición espiritual,
que solo surge en la mediatez como lo formuló Hegel en su Fenomenología del
espíritu, el ‘no’ al apetito pulsional de la instantaneidad inaugura la mediatez
del aplazamiento y lo diferido. La impotencia de lo momentáneo niega la latencia
de lo duradero.
Nos dice Scheler que la revelación del espíritu es consecuencia
de la negación selectiva de lo que él llama das Leben, esto es, la vitalidad, y
que dará paso a der Geist, la vida del espíritu. Hay que entender que das Leben
no solo es el instinto o lo orgánico, sino que de ese instinto-biológico surgen
estados anímicos, afectividades y sentimientos que están teñidos de esa
pulsionalidad instintiva, incluso hay una inteligencia práctica usada como medio
para satisfacer los deseos pulsionales. Der Geist es aquello que surge cuando se
niega ese das Leben, ¿eso es reprimir? No. Es expandir.
Veamos, Scheler nos dirá
que desvincularnos de esta dimensión en rigor orgánica nos faculta para captar
el ser-así de los entes del mundo, de percibirlos en su radical realidad, al
margen de mis deseos, proyecciones y creencias. De lo contrario, ensimismarnos
en nuestras apetencias orgánicas es situarnos ante los entes como si estos
fueran un ser-para-mí, psicológicamente hablando aparece el narcisismo, el
maquiavelismo y la psicopatía, la tríada oscura de la personalidad, donde el ser
de los entes siempre es un ser-para-mí, donde todo es sentido del placer, donde
mi cuerpo y el cuerpo ajeno son para mí. Cuando Lalo vuelve a ser joven, no
surge la alteridad, él no pone su energía vital al servicio de Lucha, no es un
ser-para-otro, mucho menos es capaz de ver el ser-así de la realidad.
Por lo
contrario, la vida se vuelve en exceso apetencia. La vida para-mí. La
megalomanía de la juventud contemporánea que se refleja en el personaje de Lalo
es concomitante a una cultura que expulsa la vejez de todos los escenarios,
surgen las cosméticas de los cuerpos, los eufemismos que niegan la vejez, la
cultura del desecho, incluso la misma instantaneidad de la vida cotidiana como
expresión de ello, una McDonalización de la sociedad, en la que las costumbres y
los usos cotidianos operan bajo una lógica fastfood, ya no hay tiempo, o se
quiere ganar tiempo. Lalo gana tiempo, gana futuro, o sea un futuro para el
consumo. Desaparece el tiempo-del-otro como planteó Byung Chul-Han en Muerte y
alteridad, el tiempo del otro en todo caso tiene un precio, hay un mercado del
tiempo compartido, cuando no es explícito, siempre el tiempo compartido es un
tiempo de consumo: “jueves de patas”. Por ejemplo, en la actualidad, la
propedéutica de la amistad es el consumo, sin consumo las amistades tiemblan,
para hacer amigos aparecen los imperativos culturales de tener un capital
relacional. Hay presupuestos y economías de la amistad. ¡Y qué decir de la
pareja!
En la obra, Lucha reclama su historia, sus años, el pasado. Esta
protesta por su temporalidad es la expresión de lo que la psicóloga argentina
Esperanza Abadjieff llama la edad del relato. Si no hay espacio para el
espíritu, entonces no hay relatos. Lo que hay son colecciones de experiencias
placentarias. Simplemente es una recolección de instantes, rituales sensoriales
que mueren en la fugacidad de la satisfacción, no hay un sentido articulador, el
relato macera en la profundidad, no en la contabilidad ni la recolección. Esta
suerte de antología del placer o inventario de experiencias, no tiene un hilo
semántico que dote de significado a todas las historias, no hay relato, se niega
el relato y se cambia por una aritmética experiencial que consiste en sumar
todas las experiencias de la sensibilidad posible que resulta en un embotamiento
sensorial que muere en el instante, de ahí que se necesiten hacer tantas
instantáneas para simular la permanencia. Más aún, Byung Chul Han lleva más
lejos esta reflexión en El aroma del tiempo al decir que el Ser no se abre ni en
el recuento (Zählung), ni en la numeración (Aufzählung), ni en la narración
(Erzählung). ¿Qué significa esto? Que incluso, la narración no puede penetrar el
Ser. De modo que, ni siquiera la anécdota dota de significado.
De ahí que haya
tantos storytellings vacíos, tendenciosos y verborreicos, donde se cuentan
anécdotas y se crea una maquinaria de producción que intenta elevar la anécdota
al plano de la trascendencia, algo similar a la estética de las obras de arte
que claramente alcanzan el estatus de razón poética o razón estética al
trascender la trivialidad de su particularidad prescindible, accesoria e
irrelevante. Por ello, las obras de arte son únicas e imprescindibles, las
anécdotas de los podcasts y storytellings a pesar de que les quiera vender como
únicas terminan siendo genéricas y convencionales. En consecuencia, cabe
preguntarse, ¿esos relatos, es vida que Lucha quiere rescatar del pasado, a qué
orden pertenece? ¿al de la narración en el sentido que se acaba de explicar?
Aquí lo importante es lo siguiente, ninguna narración, o mejor, ningún relato
prescinde de su cuerpo.
Todo relato, toda historia, viene de un cuerpo, y no
cualquier cuerpo, sino de uno añejo. Por eso el filósofo español Carlos Díaz
dijo que no nos hacemos mejores o peores al envejecer, sino más parecidos a
nosotros mismos, esto es, el ser se revela en el envejecimiento, que no es otra
cosa que un cuerpo con historia, dotado de una legitimidad intrínseca para
narrarlas. Antes las historias las narraban los ancianos, ahora tenemos legiones
de influencers que hablan y gritan, en medio de una logorrea dilatada que no
llega a nada. En otras palabras, antiguamente la acción de contar historias era
derecho legítimo de los ancianos, hoy esa capacidad ya no se remite al
envejecimiento, pues se cree que el viejo no tiene nada interesante que contar,
en todo caso, importa su coleccionario de experiencias hedonistas, cuánto han
gozado, cuánto han disfrutado, más no la sabiduría propia del relato que la vida
se ha encargado de marcar en su cuerpo. Por ende, no hay relato sin cuerpo
añejo, por más elocuente y bienhablado que sea el locutor.
La obra explora la
corporalidad en la playa, el rendimiento del cuerpo de Lalo lleno de energía,
trabaja muy bien la idea de vitalidad. Por otro lado, el cuerpo de Lucha se
cohíbe ante la potencia juvenil de su cónyuge. Sin embargo, hubiera sido
interesante que se explorara la negación del cuerpo anciano, en los imperativos
de ocultar la vejez, de negar el desgaste de la edad y de hacer énfasis en las
carencias de la juventud, quizás la materialidad escénica pudo buscar expresarlo
sin cambiar el sentido de la dramaturgia, a través de la escenografía, propia
del contexto que da lugar al punto de inflexión de la obra. También la
interacción de los cuerpos pudo explorar la teatralidad del rechazo, el
contraste, incluso de las texturas de la piel y del tocar. Es importante
resaltar el trabajo de la dramaturgia del cuerpo, bien logrado, pero que podría
alcanzar mayor profundidad si se usan otros dispositivos escénicos que permitan
otras lecturas de la corporalidad y el amor desde los cuerpos. Finalmente cabe
preguntarnos si el amor es joven, si tiene edad, o mejor aún, si el amor
rejuvenece o envejece.
Referencias:
Abadjieff, E. (2013). Una mirada existencial en la psicoterapia del adulto
mayor. En Relación psicoterapéutica. Enfoque fenomenológico- existencial
(coordinador Ramiro Gómez). Lima: Fondo Editorial de la Universidad Inca
Garcilaso de la Vega.
Díaz, C. (1997). Ayudar a Sanar el Alma. Madrid: Caparrós
Editores, S.L.
Han, B.-C. (2016). Muerte y alteridad. Herder.
Han, B.-C. (2015).
El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Herder.
Scheler, M. (2000). El puesto del hombre en el cosmos. Caparrós Editores
Ficha técnica:
Dramaturgia: Eduardo Adrianzén.
Dirección: Renato Piaggio.
Elenco: Sara Silva &
Gianpiero Arnaiz.
Producción: Alejandra Huamán.
Fotografía: Marcelo Cabello.
Funciones: Miércoles de Noviembre | 8:00pm.
Lugar: CASA BULBO, Bolognesi 660 –
Barranco.


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