La ópera de los monstruos: murmullos de lo inefable

La Ópera de los Monstruos inaugura con el juego, un preámbulo de una pijamada en la que seres recónditos irrumpen en los sueños de Manu y sus amigos. La entrega es una delicada introducción a la ópera que, a través de sutilezas, texturas, inmersión sensorial y el uso de títeres, instalaciones y música en vivo, nos lleva a esos rincones que se abren a lo radicalmente diferente: los monstruos.

¿La monstruosidad, no es acaso lo radicalmente otro? Lo que es infinitamente distinto, la alteridad que altera mi modo de ver el mundo. Esa realidad alterocéntrica, que me descoloca del lugar desde donde veo el mundo y me lleva a una perspectiva que asalta mi modo de ver las cosas. Me sobresalta. Un susto, un asombro.




Antes de que Manu y sus amigos se orillen en las profundidades de lo monstruoso, experimentan una caída. Una antesala de océano, parecen naufragar en abismos acuosos, en epifanías de una realidad llena de misterios y enigmas. La iluminación y la escenografía nos atrapan, haciéndonos partícipes de este descenso. Nos volvemos como esos exploradores míticos que, en el imaginario colectivo recolectan crónicas y leyendas de monstruos y criaturas marinas. Se trata del océano y su profundidad. Su oscuridad. Este acondicionamiento sensorial, inmersivo, que nos absorbe en la experiencia, nos hunde en el coro dionisiaco, entre murmullos y cantos etéreos, en una atmósfera fantasmagórica.

La caída de Manu y sus amigos hacia la profundidad del océano, hacia lo monstruoso, es una catábasis, esto es, un descenso, casi iniciático. Una transición, una transformación. El paso de un psiquismo a otro psiquismo, inaugural. Es la catábasis, en el sentido de Dante en el Infierno, o de Odiseo en el Hades. Esa infrarrealidad que promoverá una transición, el choque con lo radicalmente opuesto, lo absolutamente contrario. Es esa dialéctica que toda alma necesita para confrontarse con lo que nos interpela, es decir, que apela a lo que hay de otro, en nos-otros.




Pero, ¿ese caer, no será un caer hacia dentro? ¿Un hundimiento en el vértigo de sí mismo? No hay en nosotros esas cloacas abisales, que siempre están debajo de nosotros, detrás de nuestra alma y los artificios que cargamos. Todos tenemos un abismo. Manu es un niño que se hunde en sus sueños, que juega con la imaginación. Ya lo sugiere Chaplin en City Lights, que el mejor juguete es la imaginación. El mejor aliado hacia esos precipicios. El juego entonces, o la imaginación como propedéutica de todo juego, es el lenguaje que va a ir articulando y dándole sentido a los monstruos. O a lo que hay de monstruo en la psique.

La pijamada es prólogo de una hermenéutica de lo monstruoso. En ella se sientan las bases para la traducción de una experiencia inefable. Pues, hay algo en todos nosotros que vive como en un rincón, algo innominado, sin identidad, como una calle en la que nos perdemos y en la que luego de caminar un rato caemos en la cuenta de que es nuestra calle, pero está tan descuidada, llena de grietas y callejones oscuros, que preferimos dejarla como S/N. Un personaje de Saramago le hace justicia a estos jirones que tendemos a soslayar: “hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”. En un mundo donde todo debe ser nombrado, en un mundo de nombres, lo sin nombre es una utopía, un suburbio. Un tipo con una capucha. Un monstruo.

Lo monstruoso es entonces, lo que no se nombra o lo que teme ser nombrado, lo que no necesita ser nombrado, o lo que rebasa la palabra, lo que transgrede al Logos. Lo pre-hablado, lo anímico, lo orgánico, lo gutural. El canto, aparece como grito, como ininteligible, como una maraña de voces. En La vida de los hombres infames, Foucault dirá que “los monstruos son como el ruido de fondo, el murmullo ininterrumpido de la naturaleza”. Eso quiere decir que, los monstruos, siempre cantan o murmullan, o rugen. Están en esa permanente naturaleza que somos, en nuestro cuerpo, es el tono afectivo de la palabra, de cualquier Logos, es el Pathos que mira desde la sombra.

En Un monstruo viene a verme de Juan Antonio Bayona, inspirada en las obras de Patrick Ness y Siobhan Dowd, tenemos una escena en la que Conor y su madre están viendo King Kong en un viejo proyector de películas. Inmediatamente Conor cuestiona por qué todos quieren matar a King Kong. Su mamá responde: “A la gente no le gusta lo que no entiende”. Los monstruos podrían verse como lo incomprensible de nosotros mismos. Lo que no tiene acceso, lo que asusta, lo que repele y sobresalta. Es lo que hay de deforme en nosotros y también en los otros. Algo que necesita de mayor margen para asimilarlo.

En la Ópera de los Monstruos, la imaginación, la música, estos escenarios mágicos que hacen contrabando en las fronteras de nuestra comprensión, nos ayudan a darle la bienvenida a los monstruos, para no temerle a la oscuridad y así, poder ver las estrellas.


Por: Giuliano Milla Segovia


FICHA TÉCNICA COMPLETA

Libreto y co-dirección artística: Natalia Chami, Azul Borenstein, Yuriria Fanjul
Creación: Compañía Flotante (Argentina–Perú) - STAGE of the ARTS (México)
Composición musical: Rodrigo Cadet
Dirección musical: Gonzalo Sánchez Villanueva
Elenco:
  • Alejandra Llenque: soprano
  • Andrés Asencio: barítono
  • Ana Osnayo: piano
  • César Chirinos: actor
  • Marco Flozu: actor
  • Lucila Shmidt: actriz
Diseño de títeres, escenografía y vestuario: Azul Borenstein
Diseño de video mapping: Katoshi
Diseño de iluminación: Agnese Lozupone
Producción ejecutiva: Berenice Adrianzén y Natalia Chami
Producción musical: Yuriria Fanjul
Producción: Álvaro Pizarro
Realización de monstruos : Triada realizaciones. Claudia Castro
Realización de vestuario: Jessica Navarro
Asistencia de escenografía, títeres y vestuario: Katya Castro
Asistencia dramaturgica: Alex Suha
Crédito de las fotos: Centro Cultural de la Universidad del Pacífico y La Compañía Flotante







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