Casa de perros

Hoy puede hablarse del “boom de la memoria”, un fenómeno social, político, moral y estético bien asentado en nuestro teatro. Existe un interés en hablar sobre un pasado violento que ha dejado –o ha avivado– marcas de dolor perdurables en el presente con abordajes que, por lo general, escapan a los discursos hegemónicos y oficiales del poder. Surgiría así el “teatro de memoria”, una categoría cada vez más visible y posicionada en talleres, festivales o concursos de dramaturgia en los últimos años.
Aún con enfoques y temáticas reducidas y algo obvias, la “memoria” en escena inmediatamente evoca la violencia del conflicto armado interno desde el “victimo–centrismo”. Lo que ha devenido, incluso, en una estética de dolor y representación de la ausencia bastante convencionalizada en las propuestas escénicas.
En este panorama “Casa de perros”, pieza teatral de Juan Osorio que dirige Jorge Villanueva, es una puesta oportuna porque pone en escena las cuestiones de un tiempo poco abordado, pobremente discutido y escasamente representado desde el “teatro de memoria”.
Además, complejiza las dinámicas de poder y los personajes al interior de una estructura colectiva –su indudable mérito–, a pesar de su pauteada estructura argumentativa y componentes simbólicos.
La historia se desarrolla en Oyotún, en el norte peruano, en los días de la post-reforma agraria: el gobierno militar ya había eliminado la hacienda e incorporaba nuevas formas de organización económica agraria como las cooperativas. Todo parece marchar bien hasta que Juan (Daniel Cano) irrumpe en este pueblo para honrar una misa por su hermano fallecido, algo que no parece importar a su padre. Enseguida, emprende la búsqueda de verdad sobre la muerte de su hermano: sospecha del patrón de la hacienda cuando éste era despojado del poder que ostentaba. En paralelo transcurren pugnas de poder por la presidencia de la nueva cooperativa en la que uno de los candidatos, Nicolás (Alfredo Carreño), hijo del patrón, vendría a ser la continuidad de su forma opresiva.
Por momentos, ciertas voces fantasmales de mujeres muertas en un extraño incidente se dejan oír. Pero no son los únicos temas latentes. Está el rol de la mujer en la sociedad agraria, su conexión mágica con la naturaleza, la condición de un militar homosexual, la venganza y las ambiciones personales.
La puesta que conduce Villanueva trasciende el plano local y temporal de su representación. Podría ser ejemplo de muchos problemas sociales y culturales del ahora, a la vez que examina el concepto de “progreso” diferente al vivido desde el nuevo siglo: el mismo que diluyó el gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado (1968–1974).
El conflicto de “Casa de perros” se origina con el acto de recordar. La memoria incomoda y Juan lo transmite en todo momento. Verdad, justicia y memoria sería su progresión argumentativa. El esclarecimiento de los hechos confusos en un contexto de violencia (verdad) se relaciona con la justicia –como acto de igualar los daños–, mientras que la conciencia de lo sucedido debe permanecer y ser perpetua a través de la memoria. Este acto ritual marca el fin de una época y el inicio de otra.
Quizá, por eso, en “Casa de perros” destaca la presencia de activadores de memoria simbólicos y convencionales como fotografías y prendas de vestir de personas ausentes y el acto ritualista de funeral y sanación. Estos elementos identificados plenamente con el post conflicto armado interno han sido transportados hacia la post reforma agraria. Aquí podría establecerse muchas líneas paralelas entre ambos tiempos, pero también podrían plantearse interrogantes sobre el uso de los símbolos y la estructura argumentativa: ¿Qué tan agotadas están en las representaciones? ¿Es necesario buscar nuevos símbolos y nuevas estéticas para representar el duelo y, a la vez, alterar, transformar y crear nuevas estructuras dramáticas que vayan más allá de la progresiva fórmula de verdad, justicia y memoria? Queda claro que no es suficiente la buena intención de hablar sobre un tema del pasado.
“Casa de perros” resalta por el uso del costumbrismo de manera no naturalista y minimalista, lo que libera las herramientas transicionales y, a la vez, se complementa con el uso del lenguaje coral, forma que se hace extrañar en las propuestas actuales, aunque por momentos las acciones parecen un tanto forzadas y exageradas. Un claro ejemplo es la representación de la celebración del pueblo.
El desarrollo de los personajes no está en relación a un proceso psicológico sino a uno colectivo (hay 17 actores y 3 músicos en escena), salvo los centrales que adquieren una mayor densidad emocional. Habría que resaltar la excelente interpretación de Stephanie Orúe como Ana, hermana de Juan, quien representa la opresión de la mujer y la relación con la naturaleza.
Muki Sabogal, Carlos Acosta, Rolando Reaño, Ismael Contreras y Daniel Cano también logran un trabajo plausible. Finalmente es notable el acompañamiento musical –sobrio y simultáneo– de Benjamín Bonilla, cuyas variaciones en cada intervención se acomodan perfectamente al momento de la puesta.

FICHA DE LA OBRA
“Casa de perros” de Juan Osorio
Dirección: Jorge Villanueva / Asistencia: Rodrigo Chávez
Composición musical: Benjamín Bonilla
Elenco: Ismael Contreras, Stephanie Orúe, Carlos Acosta, Irene Eyzaguirre, Rolando Reaño, Katiuska Valencia, Jorge Armas, Mario Ballón, Muki Sabogal, Daniel Cano, Julio Lázaro, Alejandra Campos, Sebastián Ramos, Beatriz Ureta y Alfredo Carreño.
Diseño y realización de vestuario: Ramón Velarde
Diseño y realización de escenografía y luces: Marcello Rivera
Temporada: Del 5 de octubre al 12 de noviembre
Funciones: De jueves a lunes a las 8pm
Lugar: ICPNA (Av. Angamos Oeste 160, Miraflores)
Producción: Facultad de Artes Escénicas PUCP / Teatro de la Universidad Católica
Más información en el evento de la obra

KEVIN RODRÍGUEZ
Crítica Teatral Sanmarquina

Comentarios

Entradas populares