Pólipos: hacia una clínica del vínculo fraterno
“Cuando a una mujer le duele la pelvis,
se frota como palpándose el útero,
con la mirada fija en algún punto de su historia”
Pavo Real – Karina Medina
Pólipos, escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Renato Piaggio, es un drama fraternal que captura el reencuentro de Diana y Raquel, dos hermanas que han estado distanciadas por vaivenes de la vida familiar, y que ahora, la enfermedad las reúne.
La escena nos hospeda en un espacio de iluminación oscura, con unos pocos elementos, una mesa de cedro con una jaula vacía sobre ella, un vaso con zumo de naranja y una silla de ruedas. El minimalismo del ambiente se llenó con la presencia escénica de Ebelin Ortiz y Vero Rova, que con un firme cariz introspectivo transmitieron con destreza la intersubjetividad de las hermanas.
La tensión entre ellas, Diana y Raquel, comienza disruptivamente con las palabras de Raquel: “quería [zumo] de manzana”, en su lugar, lo que llega a sus manos es zumo de naranja. De entrada, vemos un conflicto del deseo. El jugo de naranja está presente antes de que comience todo diálogo, es pre-dialógico, para posteriormente teñir de acidez todo diálogo.
Raquel está insatisfecha y Diana no la complace, este situarnos en el lugar del deseo-demanda, como un espacio prerreflexivo que opera en el campo de la apetencia, los afectos y el movimiento, nos posiciona en una clínica del vínculo. Estamos ante una falta, lo que no hay, la carencia, como la jaula vacía en medio de todo. Tenemos un drama intersubjetivo, donde la ausencia y el vacío son la vacante del cuidado y el motor narrativo. Una hermana convaleciente que requiere cuidado, y otra que aparentemente tiene una vida descuidada.
Pienso en los padres de ambas, Diana acusa a Raquel de ser la hija que cumplió con el deseo de los padres, la hija-modelo. Su vida desenfadada podría ser la reacción al cuidado no resuelto, a la carga afectiva de no cumplir con el deseo de los papás, o lo que ella interpretó como deseo. Hay una tercera hermana, que no aparece en escena, pero que nos ayuda a comprender un poco a las otras dos. María Laura, que ha hecho su vida cerca de las olas, junto a su enamorado, dedicados a surfear. Viven en una burbuja a ojos de Raquel, quien piensa que sería un tormento para María Laura vivir frente a una laguna.
Tomando la imagen de la laguna, como lo quieto y contemplativo –aquello que no trae novedad ni éxtasis, propio de un ambiente bucólico y de retiro senil–, podemos hacer un contraste con la efervescencia del océano: la profundidad, el cambio, el movimiento y la incertidumbre. ¿Raquel rechaza estos componentes que ve personificados en las vidas de sus hermanas? ¿Qué significan? ¿De qué hablan? Niega la incertidumbre de las hermanas, y estas todo lo que hay de certeza en ella. Todo lo que hay de creencia, de mandato, de legado o herencia, de orden y valores inmutables, todo rastro de palabras de papá y mamá que dicten caminos y rutas. O lo que les cuesta asumir, aunque quisieran. El rol que no quieren interpretar o que quisieran desarticular, como una voz que pide escribir lo dictado, lo tachado o lo borrado.
Raquel está sola, encerrada en su casa, ¿enjaulada? Su hermana menor no satisface sus demandas, hay una desconexión que delata la mutua vulnerabilidad del vínculo. El vacío de la jaula encarna el deseo tránsfuga que no se logra asentar. Está en lo alto, volando, en las nubes, en la fantasía y lo que está más allá de la realidad. Es a la vez el éxito que dio alas a Raquel (mirado desde el deseo parental) y la inmadurez que esta recusa sobre Diana (como herencia vigilante del deseo parental), de su aparente falta de contacto con la realidad, que aún no fermenta, la negación del deseo de los padres. Esa manzana que no macera (Diana no pudo satisfacer el deseo de Raquel) y no se toca, que no se entrega. Un doble significante, que se encadena con la falta de ambas, se va resolviendo a lo largo del drama, que si bien drama, toma en varias ocasiones visos humorísticos con los gags de Ebelin Ortiz, que con especial pericia resuelve los momentos de alta tensión y nos salva de la densidad emocional del lazo fraterno, sin perder la fuerza dramática en que nos han envuelto.
Hay una doble relación con la incertidumbre, se nota en la tensión de Raquel, en los movimientos rígidos propios de la enfermedad, en ese rigor mortis que se va instalando en su cuerpo y, por otra parte, la apariencia de Diana, más desarraigada, errante, volátil. Serían dos matices, que se polarizan en los extremos de la crianza, una en concordia con la tutela y expectativas de los padres y la otra, reaccionaria, anarquista e incontenible. En cierto sentido, son dos posiciones que difieren a su modo de los deseos de los padres, concediendo y denegando el deseo: la hija complaciente y la hija displicente, a las que se podría invertir e investir desde la mirada fraterna como la hija bruja (la complaciente al revés/desde la mirada fraterna) y la hija-hada (la displicente al revés/desde la mirada fraterna).
La que asume el camino del deber, de la ruta dura, de la puerta angosta del trabajo y esfuerzo, y del otro lado, el cristalito, volátil como el hada, que no arraiga y flota autocomplacientemente en concederse a sí misma la condescendencia que no ha recibido de sus padres ni de su hermana mayor. Algo que refuerza esta idea es la facilidad con la que Raquel insulta a Diana por su estilo de vida, son los mensajes brujos, se posiciona como la hermana que mal-dice (hermana-bruja). ¿Pero si es la hermana que ha logrado cumplir el deseo de los padres, por qué mal-dice a la otra?
Porque Raquel, al aparentemente asumir los valores tradicionales y anticuados de los padres, tiene una perspectiva de lo que sería mejor para Diana, un punto de vista que reafirma como un buen lugar desde donde vivir, un lugar valioso. Es vista como bruja, pero también es la hija que hereda los valores. No es malintencionada, pero no podemos negar que se ubica desde un lugar de hermana mayor, sustituta de los padres y dispensadora de la moral familiar.
Cuando Diana le dice a Raquel que se sintió decepcionada al darse cuenta que había abortado, se nos revela el posicionamiento inmanente de la moral en la jerarquía hermana-mayor/hermana-menor, que se asumen implícitamente en algunas estructuras familiares. La moral y el camino se revelan también como el deseo de Diana, algo así como si dijera “yo quería ser como tú hasta que…” Lo que da cuenta que hay una legitimidad moral que Diana le otorga a Raquel.
Esta complejidad de los vínculos fraternos se ve reflejada en un cuento de los Hermanos Grimm llamado ‘Un ojito, dos ojitos, tres ojitos’. Donde las hermanas un ojito y tres ojitos, en alianza con su madre, de tres ojos también (como la hermana mayor), desprecian a la hermana de dos ojos. Es la normalidad invertida, es decir, las hermanas de mirada monocular y trinocular marginan a la hermana binocular, que ni ve de más, ni ve de menos. Y que, por ello mismo, termina siendo relegada. Raquel mira la vida con “los dos ojos de frente”, con los “pies en la tierra”. Frente a las otras hermanas, termina siendo la bruja, la rara, la hermana anormal para las otras, pero que termina siendo realmente normal, piadosa y sabia.
Ese giro de perspectiva nos ayuda a desentrañar la posición real de Raquel en la obra de Eduardo Adrianzén, que desde otro ángulo ocupa el lugar de ‘dos ojitos’ al ver las cosas con el realismo de su experiencia y, por otro lado, ‘tres ojitos’ al heredar la mirada de la madre y sus mandatos de moral, superyóicos que a veces ven más de lo que deben ver.
Conforme avanza la trama, vemos en Raquel a una hermana que le toma el pelo a la otra, que tiene un sentido del humor ácido como el zumo, capaz de hacer bromas de “mal gusto”. En ella se va descubriendo una dimensión auténticamente fraterna que, desde su forma de ver el mundo y fiel a su integridad heredada o asumida, busca a su manera, un tanto ácida, cuidar a su hermana, a quien llama en el momento de su incertidumbre. Quizás ese exceso de mirada, ese tercer ojo, el de la moral, es el superyó que niega e inhibe, que quiere ganar restando, que poda los “excesos” para que florezca la vida.
Otra obra, ‘Lengua de hermanas’, del dramaturgo argentino Pascal Rambert, explora y resuelve al igual que Pólipos, cómo en los vínculos fraternos, especialmente de díadas, pasamos de una lengua mater a una lengua frater. Respecto a cómo al elaborar la palabra de los padres, se puede pasar a las palabras de las hermanas, a un lenguaje de código fraterno, que tras un rito dialógico logra emerger como palabra vinculante, que une y funda el amor de las hermanas, que encontraron su propia voz, su propia palabra. Ambas logran resolver la lengua mater, para dar origen a un nuevo idioma fraterno.
Así, caemos en cuenta que, en Pólipos, la obra inicia sin palabra, en la liquidez del zumo de naranja, como un elemento líquido, emotivo, que nos podría remitir metafóricamente a una primera posición vincular, la del líquido amniótico del que parten dos hermanas, para pasar a la palabra que las encarna a la luz de un nuevo nacimiento, del que somos testigos a lo largo de toda la obra.
Ficha técnica
Dramaturgia: Eduardo Adrianzén
Dirección: Renato Piaggio
Producción: Alejandra Huamán
Una producción de KAPCHIY.
Elenco:
Ebelin Ortiz
Vero Rova
Temporada: miércoles 6, 13, 20 y 27 de agosto (4 únicas funciones) a las 9 p.m.
Lugar: Casa Bulbo, Av. Bolognesi 660 – Barranco.
Entradas al 975 436 382 (WhatsApp).
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