Has to: un inusual taller de crítica
Una crónica de Diego La Hoz
Durante los cuatro
lunes de febrero de 2011 se realizó en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano
(ICPNA) un inusual Taller de Crítica Teatral conducido por Sara Joffré. La
primera sorpresa, abierto y gratuito. La segunda, más gente de la prevista.
Gente que llegó de distintos lugares con un interés sincero de no quedarse
quieta en su asiento. Y es que escuchar a Sara es como estar subido en una
montaña rusa.
DÍA UNO
“En el Perú, lo
nuestro no está investigado” dijo Sara como gran obertura. Inmediatamente
después se dispuso a contar con diapositivas la historia del teatro peruano que
ella había registrado desde 1960 hasta 1990. Sólo hablaría de su experiencia,
de lo que vio y vivió. Un recorrido detallado por los primeros centros de
formación teatral, las compañías de moda, los primeros grupos de respuesta
ideológica y la consolidación de un interés más genuino por el teatro peruano.
Sara propuso, a modo de marco histórico, el montaje “Marat Sade” (1968) que
realizó Histrión como el estallido de un teatro con conciencia renovadora y “El
beso de la mujer araña” (1980) de Teatro del Sol como broche de oro de una época
de búsqueda reivindicativa del compromiso escénico y social. Obviamente hay
mucho más. Sucede que en los años noventa desaparece –o mejor dicho, se disgrega- el teatro de
grupo como consecuencia de los tiempos violentos que vivió nuestro país.
Este
inevitable individualismo hizo que todo deba replantearse. Recién ahora, en el
siglo XXI, comienza a escribirse otra historia: algunos regresaron, otros
simplemente salieron de su encierro, y las nuevas generaciones aparecieron con
un comprensible desconcierto por este tránsito de silencio. Pero, ¿qué tiene
que ver esto con la crítica? Mucho. Porque “para hacer crítica no podemos dejar
de investigar y observar la historia”, nos dijo Sara. Y aquí surgió la gran
pregunta: ¿cuál es el propósito del crítico? Ella no se apresuró en responder.
Lo dejó de tarea. Mientras esto sucedía, hurgó en su enorme colección de
fotocopias y revistas, y se refirió a Anne Bogart y sus Puntos de Vista
Escénicos. Los leyó rápidamente como para dejarnos la inquietud de seguir
buscando.
Cuando esto parecía
ser el colofón de esta primera jornada, apuntó en la pizarra algunos nombres
claves: Alfonso La Torre, Hugo Salazar Del Alcázar, Sebastián Salazar Bondy,
José Carlos Mariátegui, Jorge Dubatti, Heiner Müller y Hans Thies Lehmann. Tomó
la lista de inscritos y designó al azar uno de estos personajes para ser
expuestos la próxima sesión. “El crítico no puede conformarse con lo de su
aldea, tiene que ir más allá”. Finalmente, hizo la invitación de ensayar
nuestra primera crítica de la obra Sangre como Flores, La pasión según García
Lorca, escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Alberto Ísola, que estaba en temporada en el mismo Instituto
anfitrión. El siguiente lunes serían leídas.
DÍA DOS
Siete en punto
de la noche. Pasó lista y al frente. “Escuchemos lo que tienen que decir de la
obra, los demás serán los críticos de la crítica”. Uno por uno leyó su
comentario. El diálogo no se hizo esperar. Por un lado, estaban los que no
podían imaginar que dos grandes se equivocaran y por el otro los que
consideraban que la imagen de Lorca había sido tratada de manera simplona y
hasta vulgar. Sin duda, el consenso nos decía que la puesta era limpia, las
actuaciones cumplidoras y se dejaba ver.
Sin embargo, un par de preguntas darían
en el clavo a modo de conclusión: ¿Si no conociéramos a Lorca que pensaríamos
de él? ¿Cuál es la imagen que se lleva el público de este personaje fundamental
para la literatura? Así debe ser la crítica. Reflexiva y cuestionadora. “Es
nuestra memoria del presente y para criticar debemos dudar”, decía Sara. Inmediatamente escribe en la pizarra la
palabra “review” y nos dice que ésta le parece más adecuada para referirse a la
palabra “crítica”.
La traducción es revisar, analizar. Esta temible palabra
castellana viene del griego krinein que significa “algo que se rompe”, de ahí
la palabra crisol, crisis, criterio. Sin embargo, Sara prefiere revisión,
volver a mirar. Y es que para hacer una buena crítica es recomendable ver
varias veces una obra. La capacidad de análisis está en el ensayo de un pensamiento
matemático… Y siempre “hay que tener criterio”. Y, ¿cómo se logra esto? Estudiando y observando. Al final, terminamos en lo mismo.
Para continuar con la
idea participativa de este taller, Sara pidió que los que tenían el encargo de
investigar sobre los personajes antes mencionados se prepararan. Uno a uno hizo
muy bien su exposición. Era como descubrir con palabras sencillas quiénes eran
esos personajes y qué podían aportar a nuestro pensamiento.
Alfonso La Torre
con su impecable pluma nos hacía notar que los teatristas somos “héroes
civiles”, Hugo Salazar Del Alcázar siempre atento a lo que pasaba más allá de
las palabras, Sebastián Salazar Bondy con su literatura crítica y urgente, José
Carlos Mariátegui con su campesino afrancesado Juan Croniqueur, Jorge Dubatti
con su escuela para espectadores, Heiner Müller reinventando la dramaturgia, y
Hans Thies Lehmann con su discurso sobre el teatro post-moderno. Todos ellos
hablaron esa noche. El teatro nos interesa mucho más por lo que registra que
por lo que simplemente es capaz de mostrar.
DÍA TRES
Siempre
puntual. Algunas bajas hacían notar que muchos son los llamado pero pocos los
elegidos. Sin embargo, éramos más de lo imaginado. Sara otra vez revisó sus
papeles, pasó lista y nos entregó la copia de un comentario que realizó para la
revista de la International Brecht Society (IBS) sobre la obra “Madre Coraje y
sus hijos” que se presentó en Lima. Nos pidió leerla para la próxima jornada.
Comentó que en esa misma hoja había un texto que debíamos traducir, “para que
practiquen su inglés” dijo muy firme.
“Un crítico debe aprender a leer no sólo
en castellano y ahora con la internet es muy fácil ser autodidacta”. También
nos entregó la fotocopia de un fragmento del libro “Crítica y verdad” de Roland
Barthes. Esa noche leímos –y comentamos- la brevísima “Pieza del corazón” de
Müller como disparador para nuestra charla de fondo sobre la subjetividad de la
crítica. Tema que generó un interesante debate. “La ausencia de algo fijo”
diría Hegel.
Y claro, nada es absoluto. Incluso el canon o los parámetros con
los que se mide algo responden a distintas épocas. Cambian. La interpretación
de la obra de Vallejo que se hace hoy es muy distinta a la de su tiempo. Incluso
su valor es distinto. Aquí va también el término “fortuna crítica”, aquel “valor”
que tiene una obra de arte. En cristiano, ¿cuánto vales como artista? Esto
puede darse por múltiples razones y está ligado al reconocimiento. En
conclusión, siempre hay una cuota de subjetividad en la elaboración de un pensamiento
analítico y en el valor que se le da a una obra de arte. Aunque, en defensa del
crítico, la sustentación le da el carácter formal a su trabajo.
DÍA CUATRO
Último día.
Quedaba pendiente comentar la crítica de Sara a “Madre Coraje”. Así se hizo. Se
sentó en el lugar del espectador y escuchó. Al margen de lo que se dijo, lo
interesante fue darnos cuenta que cada crítico tiene su estilo para decir las
cosas. Su sello personal. Su necesidad de integrarse a un pensamiento
individual y a la vez colectivo. Y aquí volvimos a la pregunta del primer día:
¿Cuál es el propósito del crítico? Al leer el breve artículo que estaba al
costado de su comentario sobre la obra de Brecht decía en inglés, “and the
critic has to write”. Esa era la clave. Has to. El crítico tiene que escribir.
Ver una obra de teatro es un hecho histórico
que despierta un deseo por prolongarlo y registrarlo. El teatro cuando sucede
ya pasó. Su carácter efímero y su posible desvalorización en el tiempo hacen
que alguien tenga que escribir sobre él. “Dos recomendaciones, piensen para
quién escriben y cuiden su gramática” dijo Sara refiriéndose también al buen
uso de las palabras. En el Perú, “el teatro está floreciendo como un enamorado
sin pareja”. O sea solo, sin nadie en quién verse reflejado, sin ninguna voz
que diga algo.
Aunque Sara se declara la viuda de Brecht es
también una gran observadora de su obra. No teme decir que también el gigante
se equivocó. Para ella dios no existe. Ni aquí ni allá. “Ahora –dijo enfática-
yo no escribiría nada de lo que tenga seguridad, prefiero escribir desde la
duda”. Mientras nos revelaba este pensamiento inquietante pide que nos
acerquemos a la mesa. “Escojan lo que quieran” dijo amable. Uno por uno, fueron
desapareciendo los papeles, revistas y separatas que había traído. No permitió
ningún aplauso porque había función al frente.
Sin embargo, nos dejó una última
encrucijada ¿Cuál es la mejor crítica que se le puede hacer a un río? Mientras
pensamos pasmados advertimos que en la pizarra había otro nombre por estudiar:
Walter Benjamin. Lo borró y dio la respuesta: ¡Un puente! Eso lo dijo Brecht, concluyó. El aplauso silencioso
nos llevó a continuar la conversa en el cafecito de la esquina. Sólo había
chicha morada y pedimos tres jarras. Sara sirvió cada vaso. Nos invitó a seguir
juntándonos. Otra vez, has to. Brindamos. Y al poco tiempo tuvo que irse. Se
acercó a mí como si me fuera a contar un secreto y me dijo despacito: ¡Ya pagué
la cuenta!
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