"Tengo un quilombo en la cabeza. Con ese quilombo escribo y dirijo"
Entrevista a Daniel Quiroga
Daniel Quiroga confiesa ser “un quilombo” y no exagera. Su vida de artista errante no persigue brújulas inmóviles, sino que desafía los mares del riesgo. Las innumerables travesías que resume en miradas risueñas y elocuentes silencios parten de Mendoza, su tierra natal en Argentina, y culminan inevitablemente en algún escenario.
Daniel Quiroga confiesa ser “un quilombo” y no exagera. Su vida de artista errante no persigue brújulas inmóviles, sino que desafía los mares del riesgo. Las innumerables travesías que resume en miradas risueñas y elocuentes silencios parten de Mendoza, su tierra natal en Argentina, y culminan inevitablemente en algún escenario.
Y, en escena, Quiroga es un “todista”:
mimo, actor, director, dramaturgo y clown. Es un exigente y curioso observador
de su época. Un conversador con ingenio afilado y frases brillantes. Un hombre intuitivo
forjado en la experiencia lúdica. Desde hace más de tres décadas, Quiroga no hace
más que “jugar” en teatros y calles.
Por estos días ha arribado nuevamente
al Perú para ser parte del Tercer Festival de la Palabra PUCP. Aquí el artista
mendocino presentará “Los zapatos del señor Broski” e “Historias en mímica”,
dos propuestas sensibles y honestas, que exploran el mundo desde el humor, la
ironía y el desenfado.
Viajar
es un estilo de vida...
Sea por placer o trabajo es
importante. Uno se encuentra con distintas culturas, con personas de una
perspectiva general y personal diferentes. Aprendes desde política hasta cómo
funciona la política cultural. Todos somos políticos y el actor tiene una
responsabilidad como agente de política humanística y artística sobre el
escenario.
¿Cómo
se refleja esto en tu trabajo?
Mi formación me ha ligado a lo popular.
El mío es un teatro popular lleno de conceptos como justicia, poder,
aprehensiones del sistema. Siento que hago un teatro profundo por más que mis
espectáculos sean de humor. Para mí el humor es una herramienta de
distanciamiento para decir verdades, como en la comedia del arte.
El arte es un grito social. En el
Medioevo las compañías iban de pueblo en pueblo satirizando el poder, las
multitudes se reían pero, al mismo tiempo, comprendían las verdades del poder, sus
traiciones y miedos. Yo soy un actor popular que, en la mayoría de sus
espectáculos, usa el humor para generar un distanciamiento y hacer una
reflexión.
“UFA”, mi última obra –aún la estoy
escribiendo– es un trabajo de clown en el que hablo de cómo se formaron las
civilizaciones y cómo se fueron separando por intereses, creencias y luchas de
poder así como las civilizaciones más fuertes fueron eliminando a las más
débiles. No hace falta buscar más: es la historia de la Humanidad.
¿Trabajas
con libertad en todo tipo de teatro?
Disfruto todo lo que hago. El espectáculo
para adultos tiene humor pero también mucho de teatral, mucho subtexto, que es
lo más rico de los trabajos. Me interesa siempre que el actor diga con el verbo
y con la acción porque el texto se diluye pero la acción queda. El silencio,
incluso, es texto.
“Los zapatos del señor Broski” habla
de un actor desesperado por encontrar empleo y, además, busca su identidad. Ensaya
a unos personajes que cuentan la historia de un asesino serial. Puedes ver dos
historias: el proceso del actor con todo su sufrimiento, sus pesares y
conflictos personales y, a través de los personajes, la trama de un asesino. Es
simple y se sostiene con la actuación.
“Historias en mímica”, en cambio,
tiene un concepto: podemos jugar con lo que sea: nuestro cuerpo, un trapo, un
palo... Armo historias, situaciones y atmósferas de la nada. Dejo un mensaje
subliminal que va más allá de la televisión o las computadoras, es más sobre
los valores, la creatividad de lo corporal o la posibilidad de sentir. Sin “decir”
nada, estoy diciendo mucho. En ambas puestas hablo de las
necesidades que el ser humano “cree” que necesita para poder vivir o ser feliz.
Somos tan adaptables que nos inducen a un sistema macabro: el capitalismo. Debo
aclarar que no hago un teatro panfletario. Muestro una realidad, pero de otro
lado, espero que la gente haga una lectura sobre lo que aprecia.
¿Consideras
tus puestas una rebeldía?
No, es mi pensamiento. El artista
debe expresar lo que piensa. Estamos para despertar mentes. Si el artista sobre
el escenario no modifica al espectador, no pasa nada. Esa es la misión del
arte. No me siento un rebelde ni un contestatario. “UFA”, por ejemplo, surge
por una necesidad de reivindicar los valores y criticar el abuso del poder.
Y ahora (el poder) es grande y
nosotros somos títeres del sistema. El problema es que empezamos a naturalizar todo
y no nos damos cuenta de que estamos inducidos por los medios, por ejemplo, para
perpetuar del sistema. Debemos demostrar que tenemos chances de lucha y el arte
sirve para eso.
¿Te
sientes cómodo escribir y dirigiendo o prefieres hacerlo para otros directores?
Solo una vez escribí para otro
director. Un par de veces colaboré en un texto de creación colectiva. Salvo eso,
no suelo escribir para otros. Hay algunos trabajos en los que he realizado la
dramaturgia y actuación, pero he confiado la dirección a un colega. En otros textos
como “UFA” –por su lenguaje y formato– tengo apenas una asistencia de dirección
porque lo quiero mostrar como lo sé hacer.
¿Cómo
es la movida cultural de Mendoza?
Es grandísima a pesar de que somos una ciudad pequeña (unos 3
millones de habitantes). Cada fin de semana hay unos 25 espectáculos teatrales.
A diferencia de ciudades más grandes tenemos algunas otras ventajas porque podemos
cautivar un público más rápidamente. Además, en Mendoza nos conocemos todos los
artistas.
Sin embargo, en esta “pequeña gran
ciudad”, como en todos lados, es difícil vivir del arte o generar políticas
culturales. Luego de “El proceso” (la dictadura de Videla) ha crecido y se ha
enriquecido mucho. Éramos cuatro gatos locos y ahora hay gente joven que yo no
conozco porque son muchos. Es un movimiento grande.
¿Y
qué referencias tienes del Perú y Lima?
Mi primer viaje a Perú fue hace 18
años. Era una invitación de una compañera de la (Universidad) Católica para dar
una función y nos quedamos haciendo cuatro en una sala alternativa. Luego di talleres
y cursos. Hace dos años vine a presentar “Otelo”, adaptación de la obra de William
Shakespeare en formato unipersonal en Teatro Ensamble.
El año pasado estuve en el Cusco de
turismo. Aquí tengo grandes amigos de toda la vida. Conozco a Carlos Alcántara
con quien estuve hace poco en la presentación de su última película “Siete
semillas”. También conozco a July Natters, Pachi Valle Riestra, entre otros.
Siempre trato de estar ubicado y ver todo el teatro, danzas y cine en Lima.
¿Cómo
calificarías tu formación?
No tengo una formación sistemática.
Mi trabajo ha empezado desde lo lúdico, subo al escenario y trabajo. Quizá, por
eso tengo un quilombo en la cabeza. Con ese quilombo escribo y dirijo y es lo
que más valor tiene porque es mío. Tengo el parámetro del oficio, auténtico y
mío, es Daniel Quiroga, mi marca registrada.
Tengo mis propios esquemas para
crear, escribir o dirigir. Esto de ser autodidacta ha sido un despelote. Una
vez estuve en “Mímame”, un festival de mimos y clowns realizado hace cinco años
en Colombia. Estaban los reconocidos Roberto Escobar e Igón Lerchundi con
quienes había tomado unas clases con ellos hace algunos años.
Cuando terminé de dar mi función el
público se paró a aplaudir y Lerchundi, en una extraña mezcla de español y
francés, les dice a todos: “¡siéntense, siéntense, siéntense!”. Yo me quedé
congelado y al instante repuso: “Quiero aplaudirlo yo solo”. Fue un honor para
mí que una eminencia me dijera estas palabras.
Luego me confesaría algo muy
importante: mi trabajo se había diferenciado de todos los demás. Las otras
propuestas reflejaban líneas definidas de escuelas y estilos Marceau, Escobar o
Lecoq. Yo me había salido de esos esquemas, le dije, porque precisamente soy
autodidacta. Eso soy: un quilombo.
¿Cómo
sueles trabajar?
Suelo trabajar con personas con
quienes sienta armonía. Respeto mucho el trabajo de todos, pero a mí no me
sirve tener al lado a un “talento” que sea un pelotudo. Prefiero tener a un
hombre de teatro que sea un compañero: alguien que sepa clavar una madera,
colocar un tacho de luz o tomarse un vino cuando quiera.
¿Y
has dictado talleres?
He dado muchas clases maestras.
Varias de ellas en la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza), luego, algunos
talleres, pero ahora no mucho porque estoy abocado a las funciones. En Mendoza
hago mínimo tres funciones por semana. Además, soy bastante metódico cuando
dicto clases y ya no tengo ganas de ver deserciones.
¿Cómo
tomas la crítica o el comentario teatral?
No recuerdo alguna crítica que me
hicieran, aun así pienso que el arte es subjetivo. Me parece bien que el
crítico pueda tener una opinión y yo tener otra en el concepto de un mismo espectáculo.
El crítico comenta desde su experiencia, pero un artista tiene a favor algo
que, quizá, él no tiene.
Por ejemplo, ¿te imaginas si yo quisiera
causar aburrimiento en una obra y el crítico concluye que la pieza fue
aburrida...? Me agradan los comentarios constructivos –y mira que he cambiado
varias cosas por opinión de mis técnicos de luces o de meros espectadores–,
pero no me quitan el sueño, les presto atención como a todo.
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Crítica
Teatral Sanmarquina
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