Doce en pugna
Hace poco la Asociación Cultural Sinraztro llevó
a escena “Doce en pugna”, en una adaptación del clásico del cine norteamericano
“Twelve angry Men (1957) de Sidney Lumet. La película ganadora de premios
internacionales e incluida entre las 10 mejores “películas jurídicas” según la
American Film Institute (AFI), se convierte en un serio desafío para el
director Jhonatan Céspedes. Y es que su adaptación al teatro debería ser todo un reto, no tanto porque se trate
de superar al film –algo impensable para la precaria industria del teatro–,
sino por el (riesgoso) ejercicio de trasladar los componentes conceptuales del
lenguaje cinematográfico (guion de Reginald Rose) al lenguaje escénico.
En su edición de “El monstruo de los
jardines” de Calderón de la Barca, el dramaturgo y director español Juan
Mayorga define la adaptación y su importancia al referir que “el adaptador es
un traductor. Adaptar un texto es traducirlo. Esa traducción puede hacerse
entre dos lenguas o dentro de una misma lengua. La traducción se hace, en todo
caso, entre dos tiempos”. Y continúa “(…) El adaptador trabaja para que
ese texto viva en un tiempo distinto en el que nació (…) Por eso, no debería
haber hombre más consciente del tiempo que el adaptador (…) A este respecto, la
decisión mas visible entre las que toma el adaptador se refiere a las
expresiones del original hoy caídas en desuso”. Sabiendo esto, analizaremos la
propuesta escénica de “Doce en pugna” en relación a su precedente “Twelve angry
men”.
El argumento es el mismo. Sobre el escenario doce personajes deben deliberar sobre la inocencia o culpabilidad de un joven de 18 años acusado de ser el asesino de su padre, hecho que podría costarle la pena capital. Las pruebas parecen ser irrefutables y, por ello, once miembros del jurado opinan que es culpable, salvo el jurado número 8, cuyas dudas razonables contagian y echan por tierra las certezas de los demás. Lo trascendental de la obra, por tanto, pretende ser lo trascendental del filme: las decisiones en una corte muchas veces están lejos de la objetividad que precisa la justicia.
Analizando la forma escénica que plantea Céspedes, podría señalarse que su composición adaptativa es simple y deja una sensación de pobreza en su papel como director. Los escasos riesgos que toma para evadir las estructuras de su antecedente fílmico, siendo el teatro un espacio totalmente distinto a una sala de cine y con herramientas más directas y potentes, sostienen esta idea. Basta observar la similitud del inicio en ambas versiones: doce hombres escuchan la exhortación del juez ante el acusado que, sin decir palabra, no volverá a aparecer en escena.
El argumento es el mismo. Sobre el escenario doce personajes deben deliberar sobre la inocencia o culpabilidad de un joven de 18 años acusado de ser el asesino de su padre, hecho que podría costarle la pena capital. Las pruebas parecen ser irrefutables y, por ello, once miembros del jurado opinan que es culpable, salvo el jurado número 8, cuyas dudas razonables contagian y echan por tierra las certezas de los demás. Lo trascendental de la obra, por tanto, pretende ser lo trascendental del filme: las decisiones en una corte muchas veces están lejos de la objetividad que precisa la justicia.
Analizando la forma escénica que plantea Céspedes, podría señalarse que su composición adaptativa es simple y deja una sensación de pobreza en su papel como director. Los escasos riesgos que toma para evadir las estructuras de su antecedente fílmico, siendo el teatro un espacio totalmente distinto a una sala de cine y con herramientas más directas y potentes, sostienen esta idea. Basta observar la similitud del inicio en ambas versiones: doce hombres escuchan la exhortación del juez ante el acusado que, sin decir palabra, no volverá a aparecer en escena.
Sobre expuesto desde el inicio en que el
público ingresa a la sala, hubiera sido interesante que también sea expuesto en
algún momento de la obra, tal vez para romper con la linealidad de ver durante
cien minutos a doce personajes discutiendo. Es cierto, el cine posee acentos de planos en
que la cámara capta la imagen, moviliza al espectador por diversos escenarios mientras
le informa de ciertos detalles que no son gratuitos.
Si bien el teatro no posee tales recursos en su lenguaje, sí puede lograr otras formas estéticas y de sensibilidad para alcanzar estos mismos cometidos, lo que no sucede en la obra de Céspedes. En el teatro todo objeto, gesto, acción y palabra inmediatamente genera una interrogante, un signo, que el público con todo su “backup” cultural e intelectual trata de asimilar, comprender y explicar. Con un lenguaje comunicativo más fluido y amplio de lo que se observa, en cambio, no todo lo que se muestra en el cine se convierte en signo necesariamente.
Dicho esto, en la propuesta teatral podrían ahorrarse algunos elementos. Por ejemplo, la actriz que representa a una guardia ubicada bajo el escenario sin decir palabra alguna a lo largo de toda la obra al igual que el baño utilizado solo durante unos minutos. En el teatro ahorrar elementos no es una limitación, sino su virtud más grande, la que acompaña siempre al truco de la metáfora y la alusión enriqueciendo la representación y el texto. Cabe resaltar que en la propuesta de Céspedes se incorporan a cuatro mujeres en los personajes de jurado, aspecto que difiere de la propuesta cinematográfica en la que todos eran hombres. Sin embargo, la variable de género no transforma ni da mayor complejidad a los personajes.
Si bien el teatro no posee tales recursos en su lenguaje, sí puede lograr otras formas estéticas y de sensibilidad para alcanzar estos mismos cometidos, lo que no sucede en la obra de Céspedes. En el teatro todo objeto, gesto, acción y palabra inmediatamente genera una interrogante, un signo, que el público con todo su “backup” cultural e intelectual trata de asimilar, comprender y explicar. Con un lenguaje comunicativo más fluido y amplio de lo que se observa, en cambio, no todo lo que se muestra en el cine se convierte en signo necesariamente.
Dicho esto, en la propuesta teatral podrían ahorrarse algunos elementos. Por ejemplo, la actriz que representa a una guardia ubicada bajo el escenario sin decir palabra alguna a lo largo de toda la obra al igual que el baño utilizado solo durante unos minutos. En el teatro ahorrar elementos no es una limitación, sino su virtud más grande, la que acompaña siempre al truco de la metáfora y la alusión enriqueciendo la representación y el texto. Cabe resaltar que en la propuesta de Céspedes se incorporan a cuatro mujeres en los personajes de jurado, aspecto que difiere de la propuesta cinematográfica en la que todos eran hombres. Sin embargo, la variable de género no transforma ni da mayor complejidad a los personajes.
También hay que destacar cierta frescura en
los personajes, contemporaneidad que no termina de ser familiar por las
referencias de distancia como la bandera de Estados Unidos, las referencias a
un partido de béisbol y que principalmente que en nuestro país no existe la
figura de los jurados en procesos judiciales.
Estos intentos de comunicación –poco
eficientes– con el público no dan relieve inmediato al objetivo del director
sobre la problemática de objetividad versus subjetividad y su implicancia en el
debate sobre la aplicación de la pena de muerte en nuestro país, sino que nos distrae
de momento con los argumentos detectivescos del jurado número 8 (Mauricio
Lombardi). Las actuaciones son sobrias y adecuadas. Marcan
varios momentos de tensión con escasos momentos en los que filtra la comedia y
con un gran giro dramático del jurado numero 3 (Yamil Sacín) interrumpido por
el final que no termina de ser muy claro. Tal vez, si se hubieran acentuado
ciertos momentos con las herramientas que el teatro ofrece –que van más allá de
las intensidades de las luces de la sala– se habría conseguido el objetivo
dramático que el filme consigue. Soy una persona que constantemente busca referencias
en el cine cuando estoy en proceso de creación escénica y creo, por tanto, que
el cine ofrece muchos componentes estéticos y conceptuales que podrían volverse
más poderosos en una adaptación con dosis de riesgo, sin subestimar al teatro
ni a su público.
*NOTA DEL
AUTOR
Un acápite esencial. Pienso en la magistral
obra fílmica “Rashomon” de Akira Kurosawa y estrenada en 1950, siete años antes
que el filme de Lumet. A mi parecer, expone con mayor profundidad esta discusión
epistemológica entre objetivad (verdad) y subjetividad (discurso) en un juicio y
que estéticamente tiene componentes que la hacen más atractiva en lo visual en
relación con la polifonía de la que construye su argumento.
FICHA DE LA
OBRA
“12 en pugna”, adaptación
Dirección: Jhonatan Céspedes Roncalla
Elenco: Mauricio Lombardi, Yamil Sacín, Titi Plaza,
Airam Galliani, Paco Solís Fúster, Andrés Luna, Eka Konysheva, Mariel Zúñiga, Marco
Antonio Ñique, Íñigo Luna, Jesús Sasai y Jorge Luis Pérez
Lugar: Teatro Federico García Lorca del Centro
Español del Perú
Temporada: Del 04 al 26 de noviembre de 2017
KEVIN
RODRÍGUEZ
Crítica Teatral
Sanmarquina
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