Buenas personas: fenomenología de la decisión
En Buenas Personas, dirigida por Juan Carlos Fisher y escrita por David Lindsay-Abaire encontramos una oportunidad para profundizar fenomenológicamente en la experiencia de las desigualdades sociales y lo derivado de ello.
De principio, categorizar a alguien como buena o mala persona es un problema ético que nos sumerge en la demanda de encontrar criterios que nos orienten a matizar las nomenclaturas morales que usamos para situarnos ante los otros. Tenemos los casos de Margaret y Mike, como una tensión moral y social, que nos ayudan a complejizar la cuestión.
Tenemos a Margaret que tras quedarse desempleada busca una fuente de ingresos para pagar su alquiler, en medio de ello se encuentra a Mike, quien es su colega de la infancia y que, a diferencia de ella, goza de una posición socioeconómica que tiene alto contraste con la vida de la protagonista. Este encuentro nos revela los modos y formas que traen consigo los personajes, así como las ideas preconcebidas que cargan.
Es interesante cómo Mike ve en Margaret a su amiga del barrio y viceversa, pero el ascenso social de uno y la decadencia socioeconómica de la otra, promueven en cada uno ideas y juicios sobre el otro. Cada uno lee al otro desde su posición socioeconómica. Son lecturas que nacen del “se dice” heideggeriano, el “das Man”. No hay una Margaret, sino aquello que nos prefiguramos de una persona pobre o con un nivel socioeconómico inferior. ¿Y que nos prefiguramos de una persona pobre?
Mike deja traslucir esas preconcepciones. Piensa que Margaret no sabe tomar decisiones de forma inteligente y juiciosa, la ve como limitada por la vida, incluso como una persona problemática. Como si fuera una maraña de malas decisiones andante. Sin duda, Margaret afina su mirada para captar la mirada de Mike sobre su persona. Esto provoca una ruptura del encuentro. Aparecen las oportunidades, la instrumentalización, la paranoia y las fantasías de la otredad. Del mismo modo, Margaret lee en Mike a alguien con ciertos privilegios y comodidades que son producto de una familia bien constituida, que tuvo oportunidad porque a él sí lo cuidaron bien, a diferencia de ella. Surge la cuestión de si el proyecto de vida individual depende del espíritu y la voluntad o si es producto de las circunstancias existenciales. Margaret piensa que la vida cómoda de Mike es el resultado de un acompañamiento familiar y las oportunidades asistidas. Sin embargo, este reclama sus méritos, deslindando cualquier interpretación que derive en la idea de que a él le tocó fácil. Reclama la identidad del origen, le hace ver a Kate que tiene barrio.
¿Qué hubiera pasado si Mike aceptara que le tocó fácil? No digo que sea así, solo es una pregunta que nos lleva a mirar el psiquismo de Mike. ¿Qué imagen de sí mismo ante los demás sostiene Mike al asumir que todo lo que tiene es producto de su trabajo? Sin duda lo es, pero Margaret va más allá. Ella da a entender que un proyecto de vida se sostiene en el cuidado. En la asistencia amorosa. En la tutoría existencial. Heidegger menciona que la estructura del Dasein es el Fürsorge que revela el Mitsein. Esto quiere decir que el Dasein, en este caso, el ser humano, funda su existencia en la interpelación a los otros, en la solicitud del otro, que pone de manifiesto el modo de ser-con del Dasein. Esto es, de su carácter constitutivo de fundamentarse en la relación con los otros.
En esa línea, Margaret reclama que tanto su vida como la de Mike se puede comprender desde el cuidado de los otros, no como una causante total, sino como un horizonte interpretativo que ayudaría a comprender qué los hizo a cada uno transitar por diferentes caminos. Cada uno se hizo adulto como pudo, desde su propio mitwelt (mundo relacional), con las oportunidades que tomaron y las decisiones contextualizadas en las circunstancias individuales. En ese sentido la obra nos ofrece pensar en si nosotros conformamos nuestro camino de vida o somos conformados dadas nuestras circunstancias, esto es, si somos determinados o si nos autodeterminamos. Mike da a entender lo último en varias ocasiones, tiene un discurso meritófono. Cree que los logros son producto de las decisiones. Como si estas fueran lógicas. Tal cual el cálculo matemático. Cuando en realidad, ni siquiera las decisiones de orden económico son desapasionadas ni desexistencializadas. Por lo contrario, son profundamente afectivas y vocacionales.
Por vocacionales me refiero a que, cada uno es llamado a tomar sus decisiones a su manera. No existe tal cosa como “buenas decisiones” o “malas decisiones”, tal como “buenas personas” o “malas personas”, sino decisiones puesta en contexto y leídas desde aristas existenciales. Aunque se quiera establecer la posibilidad de tener una vida programática, basada en decisiones lógicas, convenientes, eficientes y productivas. Estas, siguen siendo, afectivas y pasionales. Incluso la persona que lógicamente toma decisiones basadas en la eficiencia, la supervivencia o la optimización, es alguien que toma la decisión desde un tono afectivo de miedo. ¿Eso está mal? No. Es una realidad humana. El miedo cumple con su función. Que sea irracional o racional es otra cosa. Hay miedos ficcionales y miedos que hacen inventarios de las desgracias. Miedos que nos humanizan, es decir, que nos hacen humildes, o sea, humus, tierra. Y miedos psicopatológicos, que nos inmovilizan.
A fin de cuentas, podemos concluir que las decisiones pueden leerse de diferentes formas. Desde las consecuencias, o desde el deseo. Más aún, no puedo decir que tomé una mala decisión si es que esa decisión me llevó a la carencia económica. ¿Por qué? Porque la decisión no pertenece al plano de las contingencias económicas, sino al plano de lo psicológico, a saber, el campo del deseo, e incluso al campo metafísico. Por ejemplo, Margaret, tiene una necesidad económica, sin embargo, sostiene su dignidad y orgullo cuando se trata de buscar trabajo o no aceptar el dinero que creía que venía de Mike.
Si el campo de las decisiones se quedara en la lógica económica, ella hubiera decidido automáticamente tomar el dinero y diríamos que sería una buena decisión. Pero ella lo rechaza, ¿tomó una mala decisión? No, simplemente su capacidad humana de trascendencia fue más allá que la inmanencia de la supervivencia. ¿Podría una decisión tomar un tono económico? Sí, y consecuencias económicas también. Pero constitutivamente la decisión no es de naturaleza económica. De igual manera, no es el mero resultado de un psiquismo que desea atrincherarse en un orgullo producto de un sentimiento de inferioridad o algo por el estilo, aunque podría sustentarse en esa realidad.
Podríamos decir que Margaret no acepta el dinero porque no desea sentirse menos al aceptarlo, no obstante, este motivo no es necesario, sino contingente. Margaret podría no aceptar por otros motivos y resultaría que no usaría el dinero de todos modos. Por lo tanto, tampoco sería una decisión buena o mala, o saludable e insalubre necesariamente. Sino más bien, la decisión pertenece al campo de la libertad humana, al campo metafísico en sentido jaspersiano. Pues, al no aceptar el dinero regalado estaría cuidando su integridad no en función de no sentirse menos, sino en función de que más importante que recibir dinero es el significado de recibirlo. Si un ser humano toma una decisión basada en un significado, estamos hablando de una decisión ontológica por decirlo de un modo, o metafísica. De modo que, las decisiones podrían ser ante todo inherentemente metafísicas y auxiliarmente psicológicas y económicas.
Por lo tanto, el que una decisión de vida lleve a alguien a tener una vida “económicamente inferior”, no es consecuencia de la decisión en sí misma, sino los efectos prácticos de la integración de factores contextuales que van más allá de la decisión. El caso de Margaret reseña cómo la persona trasciende la inmediatez y posee capacidad para otorgarle significado a su vida a partir de las decisiones. De ahí que, ser buena o mala persona es la consecuencia de cómo ponderamos todos los aspectos existenciales de una acción en función del sentido que le damos a nuestra vida con nuestras decisiones orientadas hacia nosotros mismos o hacia los otros.
Por: Giuliano Milla Segovia
FICHA ARTÍSTICA Y TÉCNICA
Dramaturgia: David Lindsay-Abaire
Traducción: Rómulo Assereto y Juan Carlos Fisher
Elenco: Jimena Lindo, Paul Martin, Milene Vázquez, Gabriela Velásquez, Norka Ramírez, Jorge Guerra
Dirección: Juan Carlos Fisher
Asistencia de dirección: Diego Gargurevich
Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. AAPEE*
Diseño de vestuario: Juan Sebastián Domínguez. AAPEE*
Diseño de sonido y composición musical: José San Miguel
Diseño de iluminación: Marvin Calle
Caracterización: Laura Quijandría
Fotografía: Marina García Burgos y Paola Vera
Diseño gráfico: ICPNA y Soluciones i Punto
Prensa: Pilar Ramos
Realización de escenografía:
Víctor Ayala (responsable); Aurora Ayala (dirección y producción de arte); William Ayala, Ulises Ayala, Alfonso Vargas, Michael Pinedo, Beatriz Huamán, Aquino Rafaele, Teresa Ballón, Alejandro Ayala y Carlos Ayala (equipo de realización); Gladys Manrique (artista plástica); y Jhamill García y Alberto Yllatopa (auxiliar).
Mobiliario y utilería: Aurora Ayala y Víctor Ayala
Piezas específicas de utilería: Colores Castillo
Vestuario: Ana Celia Salazar (producción), Pamela Ríos y Breitner Paredes (asistencia), Jéssica Navarro (realización de piezas específicas)
Marketing cultural: Bruno del Villar, Renato Lozano y Danny Quipuzco
Pódcast y edición de textos: Christian Ávalos
Operación de luces: César Becerra
Operación de sonido: Limber Mayhua
Asistente técnico de producción: Breitner Paredes
Asistente de producción: Gianella Ocampo
Tramoya: Jorge Butilier, Carlos Mandriotti y Breitner Paredes
Gestión del auditorio: Abraham Martínez
Producción ejecutiva: Ana Celia Salazar
Producción general: Alberto Servat

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