Tupananchinkkama, hasta que nos volvamos a encontrar.

Teatro testimonial: sobre el tiempo del otro.


Con la codirección de Anabelí Pajuelo Valdez y Santiago Montoya Carrillo, nos situamos ante Tupananchikkama, un registro testimonial de la quinta promoción de la Escuela de Arte Puckllay que abre camino para un recorrido existencial y estético sobre existenciarios como el tiempo, la muerte, el cuerpo, el encuentro y el proyecto de vida de un grupo de adolescentes egresados de una formación artística que articula el teatro, la música, el circo, la danza, entre otras expresiones y lenguajes.



Foto: Christopher Rondón Gaona.
Foto: Christopher Rondón Gaona.

La pieza se funda sobre la premisa del quechua chanka Tupananchikkama, que quiere decir, ‘hasta que nos volvamos a encontrar’. Una forma de decir adiós, pero llena de esperanza, ¿esperanza de qué? Del reencuentro. Este ‘volvernos a encontrar’ da pie a una utopía del Otro. ¿Qué quiere decir eso? Que no solamente se trata de un volvernos a encontrar en un lugar físico, sino de encontrarnos en una u-topía, esto es, un no-lugar. Un lugar inexistente. ¿Pero cómo es eso de volvernos a encontrar en un lugar que no existe? Hay varias lecturas de esto. Al menos me gustaría traer dos. Una de ellas es la utopía en tanto encuentro en mí, encuentro al otro en mi interior, en mi corazón, en mis vivencias, en mis recuerdos, en mi mente. En otro sentido, me encontraré con el otro en un futuro cuyo lugar no es el mismo que el lugar de hoy, porque todo cambia, ese lugar aún no existe. Es una utopía. Como cuando volvemos de un viaje y las calles son otras, el paisaje cambia, en ese sentido, el lugar del reencuentro es un no-lugar, una utopía. 


La obra comienza con una progresión melódica ejecutada por barras de madera, cada uno de los integrantes del elenco da golpes que se entrelazan formando un ritmo narrativo, un relato sonoro de historias que se hilvanan como parte de un mismo telar. Esta forma constituye lo que el filósofo alemán Jürgen Habermas sostiene como razón comunicativa, una suerte de ‘estar en composición’ con los otros. Una comunidad dialogante que elabora su subjetividad a partir de la socialización. El trabajo de Puckllay emana ese proceso de elaboración del camino propio desde la construcción comunitaria. De entrada, la obra compone la forma compositiva o el fondo épico desde el cual se va a identificar la historia individual de cada uno de los miembros. 


También es una exploración estética, los registros narrativos expresan las la sensibilidad individual de la experiencia de comunidad, del sentido de pertenencia, es un testimonio hablado, lleno de impresiones e imágenes poéticas. Los discursos escénicos apelan a la razón poética, una forma de testimonio que llega a ser inteligible salvando la aestesis personal, es decir, la sensibilidad estética que deja la huella de sus vivencias personales en Puckllay. Comúnmente, la reflexión hace que la experiencia subjetiva se pierda. Las categorías genéricas tragan la subjetividad, esto es esperable, pues se aspira a una objetividad del entendimiento. Mas, la persona desaparece. De ahí que el testimonio haga pervivir la subjetividad humana inherente a la vivencia. 


En Tupananchikkama se dejan ver las efusiones de sentimientos en torno a la nostalgia de lo vivido. También hay un tono prospectivo ya que la experiencia grupal inspira el proyecto personal, en el marco de una temporalidad dialógica donde pasado y futuro se encuentran y retroalimentan. El pasado impulsa los sueños y las metas, “si pudiera guardar el tiempo en una botella lo primero que me gustaría hacer es guardar todos los días de sonrisas sinceras”, mientras que el futuro recupera valor en el pasado, “el tiempo nos enseña a aprender de nuestros errores para lograr alguna meta”. 


Podríamos decir que surgen imágenes y metáforas del tiempo, en sentido estricto es una fenomenología del tiempo, en este caso, surge el tiempo-objeto, como algo que se puede poner en una ‘botella’, es el tiempo embotellado. ¿Qué puede haber en una botella? En el imaginario colectivo, existen botellas que naufragan con mensajes. En este caso, lo que se desea aprehender en la botella es al tiempo mismo, este tiempo es la sonrisa sincera, tiempo-sonrisa como contenido embotellado, el tiempo-botella como continente embotellante. Hay un deseo de guardar, de atesorar o atrapar. De asir ‘para-sí’ una vivencia constituyente de la subjetividad. Si traemos el imaginario colectivo prestado y anexamos a la metáfora que los mensajes embotellados naufragan, podríamos decir que ante un naufragio existencial surgen las sonrisas-mensajes. Es el mensaje que atenúa los dolores de la existencia, que ayuda a asimilar con temple el duelo del tránsito de la adolescencia a la adultez, gracias a estas sonrisas embotelladas, a este tiempo comunitario. Así, el tiempo-objeto, aparece como un medio que atesora el ‘tiempo del otro’. Al respecto ha hablado Byung Chul Han en su texto Muerte y Alteridad, en el que sostiene que el tiempo del otro es una forma del amor. Conforme a ello, el tiempo del otro es excederse a uno mismo, salir del yo por un tú, romper con la hipótesis de la autonomía y orientarse a la comunidad, a un ‘estar en composición con el otro’. En Puckllay, el desarrollo personal no se articula en un proceso aislado, donde hay únicamente un rendimiento del yo, al contrario, todos son testigos del otro, cito: “te crecer, te vi jugar, te vi aprender, te vi cambiar”. La mirada del otro es constituyente. No se trata de una hipertrofia del yo, sino de un personalismo del nosotros. Como en Canto a mi mismo de Walt Whitman, “me celebro y me canto a mí mismo. Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. 


El juego tiene un rol protagónico en la entrega, en el escenario se ve la huella lúdica, la espontaneidad de interactuar con el otro, donde hay juego hay comunidad. Pero también se manifiesta la consciencia de la finitud: “el cambio es algo que no se puede evitar y que todos tienen que pasar”. Eso que dice Whitman que hay en mí, y también en ti, son esas cumbres transicionales que se rigen por el cambio, todos cambiamos, y todos tendremos que pasar por el vértigo del cambio, en el cuerpo, en los espacios, en las personas. Sin embargo, a pesar del cambio “lo que eres ahora, lo que haces ahora lleva detrás la sombra de todo eso que ya no hay, que ya no está”. El tiempo imprime su huella, como realidad inevitable e inminente, viene a darnos el encuentro a pesar de nuestra voluntad.


Tupananchikkama me deja la impresión de ser un canto místico al tiempo, exploratorio, que ha apelado a la razón poética para crear sus propias imágenes sobre el misterio del tiempo. Nos remite a una consciencia del devenir que Luis E. Valcárcel por ejemplo, ha revisado en Tempestad en los andes y Mirador Indio, propia de una adecuación a la naturaleza, adaequatio et natura. En ese sentido, es una puesta en escena sabia, que guía con sabiduría el ciclo natural del devenir de la vida en un grupo de adolescentes que necesitan respuestas, que crean respuestas a través de distintos lenguajes, y que logran hacer una venia al tiempo, no de sumisión, sino del reconocimiento de su misterio. 


Por: Giuliano Milla Segovia - Crítica Teatral Sanmarquina


Ficha técnica:

Dirección: Anabelí Pajuelo Valdez & Santiago Montoya Carrillo

Dirección de danza y movimiento: Joselyn Ortiz

Dirección musical: Miguel Angel Figueroa

Interpretación musical: Hesler Huablocho & Alexandra Vilca

Elenco: 5ta promoción de la Escuela de Arte de Puckllay

 

 

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