Una alegoría de recuerdos
Me place escribir sobre “Jugando con la nada”. En
lo personal esta es una obra que he seguido de cerca desde su primera versión,
cuando la vi en Casa Espacio Libre de Barranco, hasta su última presentación en
la XXVI Muestra Nacional de Teatro de Tacna. “Jugando con la nada” nace a partir de textos,
frases y pensamientos sueltos que vienen a la mente.
Poco a poco, estos textos
escritos desde muy joven por Natalio Diaz dejaron de ser simples anotaciones para
madurar en una historia. Durante este proceso aparecen voces: algunas hablaban
de sus recuerdos, su vida entre Chiclayo y Lima.
Aquí empiezan a asomarse recuerdos más transcendentales
en el escrito: todo lo que marcó un antes y un después. Sus memorias personales
se transforman en recuerdos universales y, de esta forma, logran impactar en las
personas. Poco a poco, estos recuerdos pasan a convertirse en diálogos, y con
ello, surgen sus personajes. Por ejemplo, “Soledad” alude a la propia soledad
de Natalio.
Ya en el taller Gramática del Primer Espectador
–dirigido por Diego La Hoz– surgen otros personajes que más tarde formarían
parte de “Jugando con la nada”. Los recuerdos familiares afloran y basándose en
un ejercicio que escribe una amiga suya, Tania Rodríguez, sobre unos recuerdos
de infancia, Natalio comenzó a darle una dimensión biográfica a la historia de “Matías”.
La voz de “Matías”, uno de los personajes
principales de la obra, nos da una idea de cómo era su niñez y cómo se
relacionaba con las personas con una mirada inocente. En el transcurso de la
historia seguiremos encontrando elementos biográficos de su adolescencia
marcados por un amor, que es Sofía y que es más que una mujer porque también
representa la sabiduría.
Tanto “Matías” como “Sofía” y “Soledad” existen como
simbología de la personalidad. En cambio, “Otoño” y “Primavera” son como un
preludio de lo que sucederá: una muerte y una nueva esperanza, todos envueltos
en recuerdos que no se sabe si son reales o ficticios. En estos recuerdos extraños,
Matías se encierra y evade la realidad, para olvidar.
Él intenta reconstruir un mundo, pero Sofía –su
parte racional– trata de impedir que se aleje de lo que realmente existe. Es
una lucha constante. El final es extraño pero justificable. Incluso, más que
extraño, es desolador, porque al intentar abandonar esa burbuja, se da cuenta
de que entrará en otra: un nuevo encierro, que es la sociedad y su poder de
opresión.
Observamos lo complejo de asociar estas historias,
reflexiones, ideas y memorias y darle una acción dramática. Natalio, como los dramaturgos
en sus primeros escritos, construye el personaje de “Matías” para hablar de sí
mismo y muchas de las cosas que le pasaban sin llegar a ser totalmente autobiográfico.
La obra ha tenido varias etapas y, curiosamente,
la puesta en escena no era algo que hubiera planificado o deseado. Sin embargo,
se decidió a montarla por ser la obra más consolidada y cercana a él que hasta
ese momento tenía. La idea del montaje estuvo inspirada en las posibilidades creativas,
la imagen de ventanas que se van abriendo y cerrando, como una lluvia de ideas que
vienen a la mente de los escritores en pleno proceso creativo.
En apariencia, “Jugando con la nada” es una
alegoría de los recuerdos de lo que pudo, puede y podría haber sido la historia
de Matías, su romanticismo, sueños, evasiones, de un intento por olvidar y
construir un mundo imaginario e irreal. Sin embargo, el autor utiliza implícitamente
todos estos elementos para denunciar injusticias, criticar la indiferencia,
expresar el caos, para nombrar aquellos conceptos sociales que la gente
prefiere ignorar.*"Jugando con la nada" fue publicada en Muestra 26
Fotografías: José Arroyo
BERTHA AVILA
Crítica Teatral Sanmarquina
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