El silencio de lo irrepresentable: la paradoja del Edipo contemporáneo

(Ensayo crítico de Incendios, dirigida por Rodrigo Chávez) 

¿Cómo representar lo irrepresentable? Aquí nos enfrentamos a un dilema: la cosa misma[1] y su representación. Hay cosas que tienen representación, como una piedra: la palabra “piedra” representa a “la materia mineral” en el lenguaje. Del mismo modo, los hechos también se representan a través del lenguaje. Sin embargo, existen fenómenos en el mundo que son irrepresentables, como la muerte, el nacimiento, el sexo, el horror, entre otros. Lacan, por ejemplo, llama “lo real” a todo aquello que está fuera del orden simbólico, es decir, aquello que no puede ser representado por el lenguaje. Ante lo real de la muerte, por ejemplo, nos enfrentamos a nuestra impotencia: no podemos simbolizarla ni detenerla. Frente a lo real de la muerte, apenas balbuceamos con el lenguaje. En ese sentido, todo fenómeno de lo real nos sobredetermina. Desde esta perspectiva, también pueden abordarse diferentes tipos de lo real. 

“Frente a lo real de la muerte, apenas balbuceamos con el lenguaje.”

Incendios, de Wajdi Mouawad, dirigida por Rodrigo Chávez en el CCPUCP, explora la confrontación con la noción de “lo real” en la escenificación. En la praxis teatral, lo real de la muerte no solo es irrepresentable, sino también imposible de presentar. La muerte, tal como es, no se puede presentar en escena a menos que alguien muriera realmente, lo cual no es el caso. No obstante, el director encuentra dos caminos para aproximarse a lo real, mas no para traerlo a la escena: a través de la cosa misma y de la destitución del uso cotidiano del signo.

A través de la cosa misma. Las columnas detrás de la escena. Se establece un juego visual entre columnas simétricas y uniformes, en contraste con otras asimétricas y deformes. Las columnas uniformes, alineadas al frente, pueden abrirse hacia los costados, revelando las deformes que se encuentran detrás. Las uniformes se utilizan para las escenas del tiempo presente, especialmente en la búsqueda de los gemelos sobre su pasado; las deformes, en cambio, se emplean para las escenas del tiempo pasado, particularmente para las realidades más duras, en general. Las columnas deformes, de color negro, contienen imágenes alusivas, como un rostro, una mano, entre otras. Estas imágenes habitan un espacio liminal: están en el límite entre lo que es y lo que no es, entre el rostro y el no rostro. De este modo, el público es invitado, según su propia realidad subjetiva, a construir un sentido a partir de estas formas liminales. Las columnas interactúan constantemente con el espectador, a través de una pregunta enigmática: ¿qué es esto que parece ser algo y, sin embargo, no lo es?

“Las columnas deformes, de color negro, contienen imágenes alusivas, como un rostro, una mano, entre otras. Estas imágenes habitan un espacio liminal: están en el límite entre lo que es y lo que no es, entre el rostro y el no rostro.”

Asimismo, en el juego entre los dos tipos de columnas —las uniformes y deformes—, el último personaje Nawal, interpretado por cuatro actrices en diferentes etapas de su vida, se posiciona en el punto límite entre ambas. Una posible interpretación es que Nawal pertenece tanto al presente como al pasado, puesto que la obra inicia justo después de su muerte, con la lectura de su testamento a sus dos hijos gemelos, de 22 años. Incluso muerta, su presencia persiste en los personajes a través de una verdad latente que los atraviesa. Nawal habita el espacio entre el horror de la guerra y los gemelos, entre la verdad y el silencio, desplazándose por esos espacios liminales que definen su historia.  

A través de la destitución del uso cotidiano del signo.[2] En la obra, los personajes del pasado, aquellos que ya murieron, aparecen descalzos; en cambio, los del tiempo presente, aún vivos, llevan zapatos.[3] La única excepción es el último personaje de Nawal, que sí utiliza zapatos. Los zapatos, por convención cultural, simbolizan la capacidad de caminar, de avanzar por la vida. Por lo tanto, los que están descalzos, no pueden caminar como los vivos: son muertos andantes. Muertos que retornan para hacer saber que hay un pasado y una verdad dolorosa. Así, la ausencia de los zapatos, posiciona a los personajes en un no lugar; los muertos vienen a habitar el lugar de los vivos, como extranjeros en una tierra que alguna vez fue suya.

“Los zapatos, por convención cultural, simbolizan la capacidad de caminar, de avanzar por la vida. Por lo tanto, los que están descalzos, no pueden caminar como los vivos: son muertos andantes.”

El asesinato de una de las soldados por parte de la compañera de viaje de Nawal, también se resuelve a través de la destitución del uso del signo. Ante el balazo, se produce un apagón, y al encenderse las luces, solo queda en el piso el uniforme militar de la soldado. No es un cuerpo despojado de ropa, sino una ropa despojada de cuerpo. En ese breve apagón, la ropa pasa de ser una representación de identidad a ser un testimonio de ausencia. Así, a través de la destitución del signo, la escena se acerca a la noción de lo real de la muerte. Intentar representar o presentar la muerte en escena sería crear una distancia abismal entre la cosa misma y lo que se intenta mostrar, ya que lo real de la muerte es imposible de simbolizar.

Si bien el director explora diferentes caminos para aproximarse a la cosa misma, en la escena del sparring de boxeo apuesta por representarlo. El sparring es una simulación de una pelea, diseñada para entrenar situaciones de combate real con ciertas reglas que reducen el riesgo de lesiones graves. Lo que se observa en esta escena, más que una presentación del sparring en sí, es una representación: una mediación con respecto a la cosa misma a través de la mímesis. La idea de explorar otros caminos para aproximarse a la noción de lo real se alinea con el enfoque del director en otras escenas, donde recurre a la cosa misma y a la destitución del uso del signo. Estos recursos demuestran el conocimiento del director sobre las distintas maneras de acercarse a la cosa misma. Al fin y al cabo, como diría Rancière, se trata de un modo de hacer arte, ya sea desde el modelo representativo, que aspira a reproducir la realidad; del modelo ético, que pretende comunicar un mensaje transformador; o del modelo estético, que valora la experiencia libre y subjetiva del espectador.[4] Aunque en el hecho escénico se emplean diversos recursos para explorar la noción de lo real, en este texto me he centrado solo en aquellos que quise analizar. Abordar todos sería un trabajo mucho más amplio.

Por otro lado, quizás desde un enfoque más discursivo sobre la experiencia de la obra, la palabra “silencio” adquiere un papel importante en la historia. Esta palabra aparece en varias partes en los diálogos de los personajes y en las acotaciones:

    Y el silencio fue guardado. / El silencio será roto. (Hermile Lebel)

    Ustedes abrieron el sobre, ustedes rompieron el silencio. (Nawal)

    Todos nos quedamos en silencio ante la verdad. (Nawal)

    Simón, todavía queda un casete con su silencio. Escúchalo conmigo. (Jeanne). Jeanne y Simón escuchan el silencio de su madre (acotación).[5]

Así, el silencio pasa por distintos momentos: el silencio guardado, el silencio roto, la verdad del silencio y, por último, el acto de guardar y escuchar un silencio que encierra una verdad desgarradora. La escenificación termina con el texto de Simón, quien le dice a su hermana, si mal no recuerdo, algo así: “¿Tienes el casete de mamá? Quiero escuchar su silencio una vez más.” ¿Qué implica escuchar el silencio de su madre una vez más? Primero, identificación. Ahora Simón comprende por qué su madre casi no hablaba. Segundo, un modo de afrontar la verdad. Ahora entiende que hay verdades tan desgarradoras que las palabras no pueden abarcar. Escuchar y guardar silencio. Ya no hay lugar para seguir reclamándole a su madre por su falta de afecto, por su aparente indiferencia, por todo lo que no fue dicho. El silencio se convierte en la última forma de ponerse en el lugar del otro.

Asimismo, la verdad del silencio se revela a través de un juego de números, de la siguiente manera:

SIMÓN: Siempre me dijiste que 1 más 1 sumaban 2. ¿No es cierto?

JEANNE: Sí… Cierto…

SIMÓN: ¿No me mentiste?

JEANNE: ¡Claro que no!… ¡1 y 1 suman 2!

SIMÓN: ¿Nunca pueden sumar 1?

JEANNE: ¿Qué es lo que encontraste Simón?

SIMÓN: ¡Contéstame! ¿1 más 1, pueden sumar 1?

JEANNE: Sí.[6]

En la historia, que 1 más 1 sume 1 significa que una sola persona puede ser dos al mismo tiempo. Nawal, Nihad y los dos gemelos (Jeanne y Simón) encarnan esta paradoja: Nihad es padre y hermano de los dos hijos gemelos de su madre, y Nawal es madre de los hijos de su hijo. Esta verdad desgarradora y paradójica es el resultado del ultraje y la tortura que Nawal sufrió de parte de Nihad.

“El silencio se convierte en la última forma de ponerse en el lugar del otro.”

Incendios aborda temas imposibles de representar y presentar en escena, como la muerte, el asesinato, la violación, la tortura, entre otros. La obra, bajo la dirección analizada, explora caminos para acercarse a la noción de lo real de estos fenómenos, utilizando de diversos modos la cosa misma y la destitución del uso cotidiano del signo. Asimismo, se emplean elementos y personajes que se sitúan en el límite entre una cosa y otra, como los muros asimétricos y deformes que contienen imágenes ambiguas: algo que es y no es al mismo tiempo. Una manifestación de esto es la última Nawal, quien se encuentra en el límite entre el pasado y el presente, especialmente en relación con sus hijos. De ese modo, Incendios es una escenificación que explora lo irrepresentable de lo real y los silencios de una verdad dolorosa y desgarradora, esa que, al ser revelada, desborda el lenguaje.

 Ficha técnica

Obra: Incendios, de Wajdi Mouawad

Dirección: Rodrigo Chávez

Producción general: Especialidad de Teatro de la Facultad de Artes Escénicas PUCP

Producción ejecutiva: Jimena Acuña

Elenco: Antonella Díaz, Camila Chirinos, Claudia Montalvo, Cristina León, Daniella Lira, Fausto Molina, Joaquín Madueño, Macarena García, Marcelo Andrade, Marianne Carassa, María José Jugo, Olga Guerrero Kozitskaya, Pamela Apaza, Samy Tello Rodriguez, Sofía Fajardo.

Lugar: Teatro Centro Cultural PUCP (Av. Camino Real 1075, San Isidro)

Fecha: Del 8 al 15 de febrero de 2025

Horario: De lunes a sábado a las 8: 00 p.m. y domingo a las 7: 00 p.m.

Enlace del programa de mano:

https://drive.google.com/file/d/1Y81TnYnh6hyCEUGCHf6nL4jzY6-gvL4v/view

Foto: Centro Cultural PUCP @ccpucp 

 

Godo Lozano



[1] Se emplea la expresión "la cosa misma" para referirse a la materia objetiva, los hechos o a la experiencia del sujeto fuera del campo del lenguaje, los cuales pueden o no ser simbolizados. Esto se diferencia del concepto de "lo real" en Lacan, que hace referencia a todo aquello que está fuera del orden simbólico. Es decir, “la cosa misma” puede ser “lo real” lacaniano si su simbolización es imposible.

[3] Los zapatos y el uniforme militar se emplean como signos culturalmente aceptados que representan determinadas funciones dentro de ciertos contextos sociales. En la dirección, el signo se desprende de su uso cotidiano, quedando solo su forma, desprovista de función y significado. Así, el signo adquiere nuevos sentidos según el contexto y su relación con el espectador.

[4] Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. Ediciones Manantial SRL

[5] Los diálogos fueron tomados del texto de la obra Incendios, de Wajdi Mouawad (traducción de Humberto Pérez Mortera). La intención es reorganizarlos, quizás de manera arbitraria, para transmitir una idea de lo que implica el silencio dentro de la historia.

[6] Ídem. 

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