La trágica redención

Ifigenia, hija del rey Agamenón y la reina Clitemnestra, ha sido sacrificada por su padre para conseguir el favor de los dioses en la guerra de Troya. Su madre la amaba mucho y, consumida por un sentimiento de venganza, mata a Agamenón a su regreso. Con esta base argumental, la dramaturga Ellen McLaughlin (Massachusetts, 1957) concibió “Ifigenia y otras hijas”, obra teatral que se presentará hasta el 3 de junio en el Centro Cultural El Olivar de San Isidro.
El montaje posee tres partes. Una primera, que narra el sacrificio de Ifigenia y el dolor de su madre; y una segunda –con los momentos más interesantes– sobre las intrincadas relaciones entre Clitemnestra y sus hijas. Años después de la muerte de Agamenón, la viuda y sus dos hijas conllevan una vida familiar disfuncional. Clitemnestra se ha convertido en una madre frívola y vanidosa que no siente el mínimo aprecio por Electra y Crisótemis. Ambas viven a la sombra de ‘perfección’ de Ifigenia y, a cambio, ellas reprochan a su madre el crimen impune de su padre o la escasa atención que reciben.
La convivencia es tensa y la fricción entre los personajes es constante. El odio mutuo, incluso, embarga a las hermanas. Electra aborrece a su hermana por su hipocresía y pretender ser la “chica buena”; mientras que Crisótemis, en silencio, odia a su propia familia que la ignora y la reprime. La desvariada Electra configura aquí el personaje más destacable. Gabriela Navarro transmite insania en su papel, y, además, su indignación, rabia y frustración por la injusticia en el asesinato de su padre.
Sus ojos grandes y saltones reflejan su odio y dolor, y sus incesantes palabras recriminan la impunidad a su progenitora y la indolencia a su hermana. Incapaz de vengar la muerte de su padre, Electra espera la llegada de Orestes, su hermano, para que finalmente él libere a ambos de ese terrible recuerdo. Hasta que, en la parte final, asistimos al reencuentro entre Ifigenia y su hermano, quienes harán un acto último de trágica redención.
La escenografía es austera y destaca una piedra de sacrificio. La obra evoca pasajes bélicos y podría remitirnos a los agitados años sesenta y setenta en Latinoamérica, marcada por las dictaduras, represión y libertad restringida. Los soldados usan uniformes y cargan fusiles, las mujeres descansan en una casa de jardín mientras viven –o sobreviven– a la cotidianeidad. Con esta obra, McLaughlin recrea el mito de Ifigenia enfatizando el rol femenino en una sociedad patriarcal como la griega y, por qué no, como la actual.
“Ifigenia y otras hijas” es un montaje recomendable porque revive la tragedia griega y demuestra su inagotable vigencia. En especial, porque descubre el arbitrario poder de la sociedad sobre las personas: desde Agamenón que sacrifica a su hija para ganarse el respeto de sus tropas hasta Ifigenia que debe sacrificar a Orestes para cumplir la ley. Una exigente puesta con la que los ocho jóvenes (dos elencos intercalados en funciones) de la reciente promoción de alumnos de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica (TUC) inician su carrera.


Ficha técnica
“Ifigenia y otras hijas”, de Ellen McLaughlin
Directora: Katiuska Valencia
Elenco: Claudia Tasso (Ifigenia), Elena de la Fuente y Natalí Zegarra (Clitemnestra), Gabriela Navarro y Andrea Pajuelo (Electra), Maríajosé Quiñones (Crisótemis), y Kenji Huerta y Fito Bustamante (Orestes)

Ramiro Miranda
Crítica Teatral Sanmarquina

Comentarios

  1. Hola, Gracias por tu crítica. Sólo un detalle, en el elenco al que fuiste a ver, el que hace de Orestes es Kenji Huerta, no Fito Bustamante. Él está en el otro elenco junto a Elena de la Fuente (Clitemnestra) y Andrea Margarita (Electra)
    Saludos!

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    1. Hola Maríajosé. Gracias por tu comentario y aprovechamos en aclarar lo omitido. No dejes de leernos, comentarnos o, incluso, criticarnos que es un sano ejercicio. Saludos y felicitaciones por el debut.

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  2. Hola:
    Me interesa resaltar la actitud y posición de Clitemnestra a través de toda la obra. Como todo personaje trágico, su actitud ante la vida es controversial. Clama por el sacrificio de una hija en una guerra que ellas no han pedido. Y allí también tiene sentido su mención del caballo muerto en este debacle general de destrucción de vida, en la cual se borran las diferencias entre hombres y animales. Pero claro, tambien ella paga las consecuencias de sus hechos, como lo hacen los demas pewrsonajes. Son pues, los dioses y el sino en la concepción griega o el arbitrario poder de la sociedad (Ramiro Miranda de Crítica teatral sanmarquina (http://criticateatralsanmarquina.blogspot.com).

    En cuanto a la escenografía, quizás hubiera sido más sutil, como ha mencionado también Ramiro Miranda, una puesta en escena que no nos remitiera a una época precisa en el Perú, el Ochenio odriista, sino a varias a la vez. Especialmente si lo importante era resaltar dictaduras, represión y libertad restringida pero también sociedad patriarcal, en la cual lo militar es un elemento más.

    Pero claro, esta solo es una salvedad que no quita nada a la pertinencia, profesionalismo, acuciosidad y poética de poner es escena esta obra de Ellen McLaughlin, Felicitaciones a los exalumnos del TUC.

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    1. Gracias por tus apreciaciones y opiniones, Gustavo. Salvo el detalle de la escenografía, se destaca el buen desempeño de los jóvenes actores del TUC, la dirección y el texto vigente de su autora. No dejes de leernos y con gusto revisaremos tu blog http://bizarriasdetalia.blogspot.com/
      dedicado a la investigación escénica. Un abrazo.

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