El amor es joven: cuerpo, futuro y espíritu
Nos dice Scheler que la revelación del espíritu es consecuencia de la negación selectiva de lo que él llama das Leben, esto es, la vitalidad, y que dará paso a der Geist, la vida del espíritu. Hay que entender que das Leben no solo es el instinto o lo orgánico, sino que de ese instinto-biológico surgen estados anímicos, afectividades y sentimientos que están teñidos de esa pulsionalidad instintiva, incluso hay una inteligencia práctica usada como medio para satisfacer los deseos pulsionales. Der Geist es aquello que surge cuando se niega ese das Leben, ¿eso es reprimir? No. Es expandir.
Veamos, Scheler nos dirá que desvincularnos de esta dimensión en rigor orgánica nos faculta para captar el ser-así de los entes del mundo, de percibirlos en su radical realidad, al margen de mis deseos, proyecciones y creencias. De lo contrario, ensimismarnos en nuestras apetencias orgánicas es situarnos ante los entes como si estos fueran un ser-para-mí, psicológicamente hablando aparece el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía, la tríada oscura de la personalidad, donde el ser de los entes siempre es un ser-para-mí, donde todo es sentido del placer, donde mi cuerpo y el cuerpo ajeno son para mí. Cuando Lalo vuelve a ser joven, no surge la alteridad, él no pone su energía vital al servicio de Lucha, no es un ser-para-otro, mucho menos es capaz de ver el ser-así de la realidad.
Por lo contrario, la vida se vuelve en exceso apetencia. La vida para-mí. La megalomanía de la juventud contemporánea que se refleja en el personaje de Lalo es concomitante a una cultura que expulsa la vejez de todos los escenarios, surgen las cosméticas de los cuerpos, los eufemismos que niegan la vejez, la cultura del desecho, incluso la misma instantaneidad de la vida cotidiana como expresión de ello, una McDonalización de la sociedad, en la que las costumbres y los usos cotidianos operan bajo una lógica fastfood, ya no hay tiempo, o se quiere ganar tiempo. Lalo gana tiempo, gana futuro, o sea un futuro para el consumo. Desaparece el tiempo-del-otro como planteó Byung Chul-Han en Muerte y alteridad, el tiempo del otro en todo caso tiene un precio, hay un mercado del tiempo compartido, cuando no es explícito, siempre el tiempo compartido es un tiempo de consumo: “jueves de patas”. Por ejemplo, en la actualidad, la propedéutica de la amistad es el consumo, sin consumo las amistades tiemblan, para hacer amigos aparecen los imperativos culturales de tener un capital relacional. Hay presupuestos y economías de la amistad. ¡Y qué decir de la pareja!
En la obra, Lucha reclama su historia, sus años, el pasado. Esta protesta por su temporalidad es la expresión de lo que la psicóloga argentina Esperanza Abadjieff llama la edad del relato. Si no hay espacio para el espíritu, entonces no hay relatos. Lo que hay son colecciones de experiencias placentarias. Simplemente es una recolección de instantes, rituales sensoriales que mueren en la fugacidad de la satisfacción, no hay un sentido articulador, el relato macera en la profundidad, no en la contabilidad ni la recolección. Esta suerte de antología del placer o inventario de experiencias, no tiene un hilo semántico que dote de significado a todas las historias, no hay relato, se niega el relato y se cambia por una aritmética experiencial que consiste en sumar todas las experiencias de la sensibilidad posible que resulta en un embotamiento sensorial que muere en el instante, de ahí que se necesiten hacer tantas instantáneas para simular la permanencia. Más aún, Byung Chul Han lleva más lejos esta reflexión en El aroma del tiempo al decir que el Ser no se abre ni en el recuento (Zählung), ni en la numeración (Aufzählung), ni en la narración (Erzählung). ¿Qué significa esto? Que incluso, la narración no puede penetrar el Ser. De modo que, ni siquiera la anécdota dota de significado.
De ahí que haya tantos storytellings vacíos, tendenciosos y verborreicos, donde se cuentan anécdotas y se crea una maquinaria de producción que intenta elevar la anécdota al plano de la trascendencia, algo similar a la estética de las obras de arte que claramente alcanzan el estatus de razón poética o razón estética al trascender la trivialidad de su particularidad prescindible, accesoria e irrelevante. Por ello, las obras de arte son únicas e imprescindibles, las anécdotas de los podcasts y storytellings a pesar de que les quiera vender como únicas terminan siendo genéricas y convencionales. En consecuencia, cabe preguntarse, ¿esos relatos, es vida que Lucha quiere rescatar del pasado, a qué orden pertenece? ¿al de la narración en el sentido que se acaba de explicar? Aquí lo importante es lo siguiente, ninguna narración, o mejor, ningún relato prescinde de su cuerpo.
Todo relato, toda historia, viene de un cuerpo, y no cualquier cuerpo, sino de uno añejo. Por eso el filósofo español Carlos Díaz dijo que no nos hacemos mejores o peores al envejecer, sino más parecidos a nosotros mismos, esto es, el ser se revela en el envejecimiento, que no es otra cosa que un cuerpo con historia, dotado de una legitimidad intrínseca para narrarlas. Antes las historias las narraban los ancianos, ahora tenemos legiones de influencers que hablan y gritan, en medio de una logorrea dilatada que no llega a nada. En otras palabras, antiguamente la acción de contar historias era derecho legítimo de los ancianos, hoy esa capacidad ya no se remite al envejecimiento, pues se cree que el viejo no tiene nada interesante que contar, en todo caso, importa su coleccionario de experiencias hedonistas, cuánto han gozado, cuánto han disfrutado, más no la sabiduría propia del relato que la vida se ha encargado de marcar en su cuerpo. Por ende, no hay relato sin cuerpo añejo, por más elocuente y bienhablado que sea el locutor.
La obra explora la corporalidad en la playa, el rendimiento del cuerpo de Lalo lleno de energía, trabaja muy bien la idea de vitalidad. Por otro lado, el cuerpo de Lucha se cohíbe ante la potencia juvenil de su cónyuge. Sin embargo, hubiera sido interesante que se explorara la negación del cuerpo anciano, en los imperativos de ocultar la vejez, de negar el desgaste de la edad y de hacer énfasis en las carencias de la juventud, quizás la materialidad escénica pudo buscar expresarlo sin cambiar el sentido de la dramaturgia, a través de la escenografía, propia del contexto que da lugar al punto de inflexión de la obra. También la interacción de los cuerpos pudo explorar la teatralidad del rechazo, el contraste, incluso de las texturas de la piel y del tocar. Es importante resaltar el trabajo de la dramaturgia del cuerpo, bien logrado, pero que podría alcanzar mayor profundidad si se usan otros dispositivos escénicos que permitan otras lecturas de la corporalidad y el amor desde los cuerpos. Finalmente cabe preguntarnos si el amor es joven, si tiene edad, o mejor aún, si el amor rejuvenece o envejece.


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