Jardín de colores

Finalmente tengo la oportunidad de escribir sobre una obra que Carlos Tolentino está dirigiendo. Hace no más de un año participo en este blog y lamento sinceramente no haber hecho la reseña ni de Japón (puesta en el Icpna de Miraflores) ni de Todos eran mis hijos (puesta en el Británico, que Sara Joffré reseñó en este link) ni de Huéspedes (Hotel Estelar Miraflores). Sin embargo, acabo de ver Jardín de colores de María Del Carmen Sirvas, que está en la Alianza Francesa de Miraflores hasta fin de mes, y me he autodesignado esta entrada para escribir sobre ella.

Antes de seguir, debo informar que pretendo hablar al detalle sobre la obra, así que, si prefieres que no te la cuente antes de que la veas, anda al teatro en cuanto puedas, hoy mismo, para que después de ver la función leas la entrada y comentes; si eres más bien de lo que esperan una reseña para evaluar si ir no ir, te voy adelantando: compra tu entrada ya, no esperes al  último día, está buena.

Hecha la introducción, vayamos por partes.


De la escenografía

Fuente: Espacio 360°
El contraste entre lo real –lo cotidiano, la casa, las cuatro paredes, la “vida clásica”- y la fantasía –la ensoñación, las pesadillas, los sueños, los otros mundos- se plasma con debida elegancia y con la cuota ideal de matices sobre el escenario y alrededores. Qué fuerza, pasividad y, paradójicamente, terror genera ver ese árbol otoñal, desprovisto de verde, imponente como roca, en el interior –metafóricamente, es obvio- de “nuestra” casa. Las naranjas que por ratos ruedan y traspasan el escenario, las hojas secas sobre el piso, y los foquitos de color, el papel crepé y el resto de la decoración aérea trazan muy bien aquel híbrido. En resumen, muy buen trabajo de Pedro López.

Por otra parte, alguna vez oí que, citando a Ernesto Ráez, decían que la estética en cada elemento del escenario es elemental. El material, en este caso el plástico, sobre todo el de las sillas, rompe con la magia. Es evidente que por lo práctico y los excelentes recursos para las actividades de los personajes –como el baile y los escondites-, la mesa desarmable justificaría su uso, pero cuando el éxtasis de la transformación se presiente, y la mesa que se desarma no ha dejado de ser un mueble para un cofre lleno de cartas, sabemos que el plástico jamás llegará a ser aquel caballo que tanto esperábamos. En relación, si vemos lo anterior exclusivamente como representación de los muebles de una casa habitual, bien puede resultar prescindible el material.


De las luces y la música

Fuente: Espacio 360°
Tolentino es el responsable de que me haya enganchado entre las penumbras y los crepúsculos del Jardín durante toda la función. La música es constante, llena de sensaciones acordes a los momentos exactos del texto, con un himno a la “simulación o creación de personajes para intentar sobrevivir al hogar”: Canción esdrújula, de Juan C. Baglietto y Lito Vitale. Ningún reparo.


De las actuaciones

María Del Carmen Sirvas. Es Luciana. Cumple artísticamente con los límites de lo que pasa en el tiempo real y lo que pasa por su mente. Aunque recurre a ciertas inflexiones de voz al momento de representar la “niñez” del personaje, la interpretación es buena, sobre todo en el desplazamiento sobre el escenario y el despliegue físico en su propio cuerpo. Imperturbable, encaradora. 

Esteban Philipps. Es Salvador. Tal como es el personaje, empieza a inmiscuirse en la casa de modo amigable, con sonrisa bonachona, aunque con cierto margen si trata con los placeres Luciana. Muy bien con lo anterior, pero quizá no haya que forzar los momentos de drama subsecuentes. Asimismo, cuando se involucran más con la protagonista, Esteban y Salvador crecen; al aceptar los juegos (el caballito, el “Jorobado” o el “Pirata”) que Luciana propone, logra instantáneamente que el público sienta empatía hacia la pareja.

Natalia Montoya. Es Ana, la madre de Luciana. No estoy seguro, pero quizá la energía del personaje demanda un carácter inflexible. La personalidad autoritaria, asfixiante de Ana está presente en toda la obra –que tras haber leído la crítica del Oficio Crítico, al comparar esta puesta con su estreno:

“Si en el anterior jardín, la figura de la madre era el detonante de la imposible relación entre los jóvenes, ahora ésta es dejada a un lado por la provocadora figura de la hija[...]  La figura represora de la madre pierde entonces, aquella fuerza que el texto exige a gritos”. [Sergio Velarde]

me resulta extraño, pierde protagonismo, pero su conducta siempre es tajante-, y no se vislumbran rasgos de preocupación o maternidad. En cambio, se nota un enfado constante, un rencor inalterable. Sin embargo, dicho carácter está bien logrado, además cumple a cabalidad con los momentos de “coquetería fallida” y la demostración de su fe.


De la dirección

Tolentino, en sus palabras, no busca emplear el espacio escénico como mímesis sino como artefacto. Es decir, no busca la imitación de la naturaleza, sino la utilización de signos o símbolos para alterar la percepción del público. En cuestión de objetivos, logra alcanzar dicha alteración o cambio. Tolentino maneja códigos que el público va adoptando y a los cuáles se acostumbra. En esta obra específicamente, Tolentino declara que su intención es “revivir los momentos vergonzosos de sentirnos felices y no solo personajes”. Lo anterior, en Luciana es evidente; en la madre, que también ha creado un personaje para escapar de su propio hogar, es más difícil de distinguir; En Salvador, el invasor durante la obra, podemos ver el proceso de su construcción en esencia. En cuestión de tiempo, congrega bien los estímulos para ver y dejar de ver, para llegar a la convención –y en esto también hay mérito de la protagonista- de que existen dos mundos: uno interno donde se deja de ser “personaje” y se va en búsqueda de la libertad, y un mundo externo que pellizca cada vez que hay que volver. En cuanto a escenas, rescato sobre todas dos: la de la regresión, y la de la cena y las dos sillas, muy bien elaboradas y dirigidas ambas.


De la función y la dramaturgia

Con intención o sin ella, observo que la puesta en escena está dividida en dos momentos. En contraste con la escenografía, existe una delimitación a modo de costura gruesa entre una primera parte y su resolución. Esta frontera separa la fluidez de las sensaciones por un lado, y la necesidad de lo explícito por el otro. Y el instante del distanciamiento es la comunicación telefónica. Hay dos pruebas claras de esto. Uno: la confirmación que la madre hace para verificar que Luciana y Salvador habían estado “jugando” con los teléfonos móviles. Dos: la información explícita de la violación del padre y el asesinato derivado. Esto conlleva a un desenlace más convencional, con el recurso del boleto olvidado, y la lección de moral de Salvador contra Ana.

Del mismo modo, tengo que rescatar ciertos aspectos que me agradaron. El diálogo sostenido, el uso de metáforas y simbolismo (los colores, la historia del poni, la sangre, las náuseas, los caballos de madera, las cartas falsas, el jugo de fruta, las pesadillas, los monstruos, entre otros). La historia es dura, cruel por veces, llena de rencor y frustraciones. Se llega a notar que ha sido escrita con honestidad, desde lo que nace decir. La estructura es más episódica, pero fluye en gran porcentaje como una sola unidad. El argumento es lo mejor, la invención que todos, me atrevo a decir, sufrimos consciente o inconscientemente. Nos encontramos entre dos tierras, como la canción, entre la construcción de un escudo conductual, la necesidad de una máscara para combatir la convencionalidad de lo que se debe aceptar y lo que no; y las pequeñas fugas, la desconcentración del “yo actor” que persigue la felicidad y lucha contra los traumas desde un espacio-tiempo personalísimo.

Hay que verla sí o sí. Solo quedan dos semanas. No pierdas tiempo.

Ficha teatral
Jardín de colores, de María Del Carmen Sirvas.
Dirección: Carlos Tolentino.
Elenco: María Del Carmen Sirvas, Natalia Montoya, Esteban Philipps.
Producción: Pegasito Teatro.
Lugar: Teatro de la Alianza Francesa (Av. Arequipa 4595, Miraflores)
Entradas: general, S/. 40;  estudiantes y jubilados, S/. 25; estudiantes de la Alianza Francesa, S/. 15; lunes popular S/. 30. De venta en Teleticket (de Wong y Metro) y boletería del teatro.
Funciones: de jueves a sábado a las 8.00, domingos a las 7.00.
Temporada del 19 de febrero al 30 de marzo de 2015


Christian Saldívar

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